Ya se está septiembre dando la vuelta, ya avanza y se va gastando, ya se le ven las orejas a octubre, mes que en estas latitudes quisiera ser verano y al que el invierno repudia como prólogo. Septiembre siempre ha tenido mala prensa. Es la vuelta al cole, los días son más cortos, te gastas el dinero en los coleccionables que nunca terminarás, los poetas comienzan a ponerse pesados con el otoño y el moreno se te va como se te van las ganas de dormir por la noche cuando te has echado una siesta de dos horas después de comer. Las siestas de después de comer tienen muy buena prensa (no como septiembre) pero uno echa en falta las loas y ditirambos, los elogios y parabienes hacia la auténtica y placentera siesta, la de antes de comer: ay, qué beneficio para cuerpo y mente perder el conocimiento hora y cuarto antes de comer, en el sofá, en la hamaca, en la cama incluso, con el último ensayo sobre política exterior cayéndosete de las manos. Uno no sabe por qué no hacen ensayos sobre política exterior más cortos. Si lo fueran, la gente los leería más y entendería más de política exterior y las naciones entonces se darían menos de hostias.

Septiembre ha sido mes de guerras, como todos, mes de inicios y buenos propósitos, gimnasios llenos, aulas plenas de lloros de pequeños que se incorporan al sistema y al sistema educativo. Septiembre es una madre que vuelve llorando a casa tras dejar a su pequeño en el colegio sollozando con una mochila de vivos colores que lleva dentro un magdalenón, un cuaderno y un lapicero dentro. Pues menos sollozos y más fruta en la mochila, que luego viene la seño y pega la bronca por culpa de la bollería industrial, que es como la política exterior, o sea, grande y jugosa pero a veces perjudicial.

Septiembre es un compañero contándote las vacaciones cuando a ti no te ha dado tiempo aún a encender la computadora, dejar el cartapacio, beber agua y darle a borrar a los correos almacenados. Antes se decía correo electrónico. Ya no hay confusión. Dices correos y se sobreentiende que son electrónicos y no tradicionales o en papel, por mucho que Correos siga existiendo y sea ahora una extraordinaria empresa de mensajería. A veces te dan ganas, no por eso, de enviar al niño al colegio por mensajería, pero no es posible a no ser que estés haciendo el coleccionable de malos padres, que no sale cada semana y sí cada mañana en forma de tentación cuando suena el despertador.

Es septiembre enfermedad leve. Que vengan muchos más.