Quienes creemos en la igualdad efectiva entre hombres y mujeres nos alegramos hace unas semanas de la noticia de que, en diferentes pueblos de nuestro país, se había abolido la figura de la Reina de las Fiestas porque las jóvenes habitantes de esos pueblos ya no encontraban interesante semejante nombramiento. Qué bueno, pensamos, que para las jóvenes no sea un orgullo mostrarse por su ´bella cara´ delante de sus conciudadanos, a lucir su palmito como único mérito. Quizás, seguimos suponiendo, prefieran ser homenajeadas por sus notas en matemáticas, en física o en literatura. El país avanza, supusimos, y nos congratulamos por ello.

La supresión de los actos en los que la mujer se muestra (luego se representa para el resto de la comunidad), como un mero adorno, está siendo un goteo constante desde hace un tiempo. Lo cual demuestra que, en el terreno de la igualdad, las tradiciones, tan inventadas como los nacionalismos o cualquier espectáculo cultural, se disuelven cuando la imagen de la mujer que ofrecen es meramente ornamental y no responde al l´air du temps. Así, y a pesar de la regañina que días atrás nos regaló ese prócer defensor de las costumbres (sobre todo cuando insisten en la sumisión de la mujer y su condición de objeto para goce del hombre), Javier Marías, cuando supo que se habían suprimido las azafatas que, como premio por su hazaña, regalan flores y besan a los ganadores en la vuelta ciclista, o las minifaldas en los torneos de tenis; a pesar de su académico enfado, la mayoría de las mujeres nos alegramos de dejar de ser consideradas un adorno, y del esfuerzo que algunas instituciones llevan a cabo para devolver dignidad a nuestra presencia pública, en contra de las tradiciones más rancias.

La corporación actual del ayuntamiento de Santomera es una de las instituciones que, desde que se constituyó en las últimas elecciones, lucha por la igualdad desde la concejalía del mismo nombre, y habría de ser modelo para otros municipios de nuestra Comunidad autónoma su esfuerzo.

La supresión que ha llevado a cabo el gobierno de Santomera de la figura de Reina de las Fiestas es un ejemplo de cómo han de abordarse las políticas de igualdad desde nuestras instituciones. Políticas que están amparadas, además, por una Ley de Igualdad entre hombres y mujeres que, aunque desconocida para la mayoría, insiste en la obligada labor de las instituciones públicas para promover una imagen de la mujer que no la coloque como objeto, sino como sujeto de un proyecto de vida que la sitúe en el mundo con las mismas oportunidades que a los hombres.

Nunca, que sepamos, hubo un Rey de las Fiestas. Nunca ningún buen mozo se vistió con sus mejores galas y se dejó llevar del brazo del alcalde en las procesiones o en los festejos. Nunca, institucionalmente al menos, la belleza de un hombre le ha elevado a esas tareas regias.

¿Por qué? Porque el valor de un hombre, por más que la deriva neoliberal de nuestras sociedades comercialice la imagen de los modelos masculinos en la cosmética o para vender cualquier mercancía, no pasa por el cuerpo, sino por sus logros. Para los chicos de Santomera ´ser Rey de las fiestas´ no es algo deseable porque nadie les mostró esa opción como apetecible. Y es bueno que sea así.

Sin embargo, hasta hace bien poco, para las chicas de Santomera ser Reina de las Fiestas sí podía ser un sueño: el sueño de lograr un reconocimiento que toda persona, hombre o mujer necesita, pero que para las mujeres pasa demasiadas veces por su imagen física, algo que nos es dado o no, lo que implícitamente significa que es su ´ser´ bella lo que la hace valiosa, y no su esfuerzo, su hacer.

Por fortuna, las jóvenes de Santomera no sueñan ya con ser Reinas de las Fiestas, ojalá que sus sueños ahora sean activos, que ser mujer para ellas tenga que ver más con gestionar las fiestas, que con decorarlas.

La falta de candidatas es, pues, una excelente noticia; si el imaginario de la Reina de las Fiestas (suena demasiado a ese ´Reina de mi casa´ que entronizaba a las mujeres en el encierro doméstico) desaparece, como lo está haciendo, será que algo se ha hecho bien en la lucha por la igualdad, que las jóvenes tienen otros modelos de reconocimiento en los que apoyarse para emprender el difícil camino de la vida. Más difícil todavía para nuestras jóvenes de hoy.

En realidad, si nunca hubo Reyes de las Fiestas fue porque, por más que las Reinas fuesen ellas, el único Rey seguía siendo él.

Aplaudamos y extendamos a otros municipio esta abolición.