A cualquier cosa le llaman debate. El de las primarias socialistas de ayer más bien parecía una reunión de amigos alineados ante el poyete de una placeta a los que sólo les faltaban las ´estrellas´ y las marineras. Los tres intervinientes parecían disentir en algo, no se sabía muy bien en qué exactamente, y todo lo más se tiraban algunas puyas, la mayoría de las cuales es probable que pasaran desapercibidas para una mayoría de los espectadores, pues en el fondo eran sobreentendidos para consumo de muy entendidos. Primaba el fair play, tal vez en previsión de que la maldita hemeroteca que registrara las palabras de ayer no se convierta a partir del próximo lunes (las elecciones son el domingo) en un obstáculo para la recomposición de apoyos en una probable segunda vuelta. Quien acudiera a la retransmisión esperando asistir en directo a un episodio del mítico cainismo socialista sufriría una decepción de caballo.

Bien ¿y quién ganó el debate? Para responder a la pregunta se tendría que haber celebrado un debate. Fue una sucesión de exposiciones más bien genéricas, pues remitían a proyectos y programas en documentos cuyas portadas se exhibían, pero que razonablemente no fueron pormenorizados. Eso sí, la estética, sobresaliente. Los tres candidatos presentaban una imagen muy actualizada, sin formalismos tradicionales ni modernerías, y se manifestaban con rigor expresivo y una apreciable desenvoltura.

El más suelto de verbo, a punto, sólo a punto, de dar el salto a la heterodoxia, resultó ser el joven Francisco Lucas, muy disconforme con la ejecutoria de los últimos veintidós años de los socialistas, prácticamente el tiempo transcurrido entre su abandono de la teta y su elección como pedáneo de El Raal, feliz experiencia extrarradial que aseguró poder trasladar a la política regional, algo así como la raalización de la Región.

Como joven que es, quiso cumplir con el papel que se le supone, esto es, procurar alguna incomodidad, pero poca. Un hipster alejado de toda podemización. Dijo que cuando haya alguna manifestación de agricultores a causa del agua se subiría a un tractor, y su adversario Diego Conesa le respondió que él no lo haría, sino que dialogaría con los tractoristas. A mi modo de ver, este asunto, el subirse o no subirse al tractor, fue la divergencia sustantiva más acusada de la tarde.

En cuanto a Conesa, que viste habitualmente el uniforme sanchista (vaqueros y camisa blanca), podría haber resumido sus intervenciones con un dicho: «Cada cosa a su tiempo». Las apelaciones a la política general las remitía a media docena de conferencias sectoriales a celebrar después de las elecciones, así como al congreso regional. Serán los militantes quienes en esas celebraciones definirán la política del partido en las áreas esenciales. Esto transmite alguna indefinición, como si pidiera que lo elijan primero y, después, entre todos ya se verá lo que se hará.

El alcalde de Alhama aludía sistemáticamente a los militantes (los que votan en estas elecciones) y parece tener presente, antes que cualquier otra cosa, el modelo de partido (a fin de cuentas, a quien ahora se elige es al secretario general): presencia constante en las casas el pueblo, comarcalización de las reuniones decisorias... Mucho partido, todo muy para adentro del partido.

Tal vez ese hueco es el que servía a María González para tratar de diferenciar su discurso, advirtiendo que el reto está afuera, en ganar las elecciones en esta fase oscura del PP, y que para eso se precisa de un liderazgo de unidad capaz de tomar decisiones. La experiencia es un valor que González no se privó de exhibir frente a un Conesa que se autodefinía ´ligero de equipaje´. La candidata posaba ya sutilmente de secretaria general, y viste el papel, de modo que hacía aparecer con subliminal habilidad a sus adversarios como ´aspirantes´. Al final, puede que el efecto decisorio se dirima entre la voz de la experiencia y el melón por abrir.

El verdadero y duro debate interno del PSOE se libra en algunos fondos de red en Facebook y Twitter entre muchos de los distintos partidarios, y hay que decir que, en general, no es muy analítico y elevado. El teatrillo de ayer nada tenía que ver con la confrontación Pedro/Susana, bajo la que residían dos concepciones diferentes de la cosa. Fue una merienda entre compañeros que compartían virtuales cervezas y marineras. Y es sabido que a las marineras no se les pone ni pizca de limón.