No quiere que dé su nombre pero no me resigno a no compartir con ustedes lo que me acaba de contar mi compañera de elíptica. Sepan (algo he de contar, Loli) que es una señora con la edad suficiente para poder equivocarse si le viene en gana y acertar cada vez que le apetezca. En su mocendad vivía en Barcelona. Allí se casó, tuvo a uno de sus hijos y al no encontrar su hueco en la Condal decidió venir a vivir a Murcia. El cariño de esta tierra la atrapó hasta tal punto que montó un negocio, del que ya está jubilada, que le proporcionó amistad, dinero y sentirse útil, lo que más. Mil gracias da por haber tomado aquella, entonces, loca decisión, hoy la mejor de las decisiones.

Tiene un hijo allí que como cualquier ciudadano de las tierras catalanas está viviendo lo que nosotros vemos desde fuera. Su ´cielo´ le ha contado que el otro día, ya puestos a comer, sonó el timbre. Abrió la puerta y se trataba de una chica, de flequillo muy corto, que le entregó una bandera de los independistas, la estelada, para que la pusiera en el balcón. Su hijo se la va a traer para que confeccione unos bonitos cojines. ¡Cojones, perdón por la expresión!