Decir a estas alturas de la película que eres una persona popular puede resultar incómodo, ombliguista e incluso, según el territorio, puede ser pecado. Ser popular, según contexto, puede significar que perteneces al partido que ya pocos identifican con la gaviota o, como es el caso, que eres una persona con ´don de gentes´, que sobresales de los demás, y en muchos casos puede darse que tengas la culpa de todo. Olvidando el político nos vamos a centrar en el adjetivo. Hasta hace unos días ¿quién no quería ser popular? Pues me atrevería a asegurar que prácticamente el cien por cien de los que no lo eran. Sí, aunque se te pueda tachar de ´hijo de la maná´ o aunque los demás (pura envidia) te miren como diciendo «mira este ¿qué se habrá creído?». Lo que pasa es que desde la semana pasada ser popular conlleva (aparte de que si hay una torta suelta, o similar, es para ti) un nuevo peligro: ser de los populares que iban a sentar en el estrado del jurado para, presuntamente, juzgar a PAS. Desde que se conoció esta amenaza, finalmente desactivada, los populares no se pavonean y han acudido a su médico para que le receten relajantes musculares. ¡Ojo, su nombre está en el bombo! ¿Es usted popular?