Lo siento. Me he equivocado. No volverá a pasar. El otro día escuché a mi alcalde decir que eso de protestar contra el muro del AVE en superficie «es una situación que no va en consonancia con la personalidad de la gente de Murcia, que es amable, pacífica y tranquila» (sic), y se me enamoró el alma. Vi la luz. Se acabó. He sido un mal murciano, lo reconozco, pero quiero enmendarme, hacer lo que sea que hagan los buenos murcianos, como, no sé, llenarme de alborozo ante ese muro tan bonico de nueve kilómetros de largo que pasa por mi barrio, o bordarle un manto, o brindarle a Ballesta (alerta chiste fácil) una saeta cuando pase bajo mi balcón, o montar una quedada para pedirle el soterramiento a la Virgen, que es la única autoridad que puede hacer estas cosas sin partida presupuestaria. Pero de buen rollo, eh. Luego salió la portavoz del Gobierno regional a explicar que la culpa de nuestras malas acciones la ha tenido «la manipulación mediática» (sic todo el rato). Y pallá que me fui, a la hemeroteca. A enterarme de cómo me liaron la cabeza, esas malas personas de la Plataforma, esos enemigos de la murciandad. Puse en el gúguel «soterramiento murcia», y madre mía achas y achos lo que salió de ahí. Una riá de trolas, primo.

Las más viejas datan de los 90, esa época en que Valcárcel y Cámara prometían 8.000 millones de pesetas y el apoyo sin fisuras del presidente Aznar para soterrar. Luego llegó el Plan Integral, que casi cuela. A principios de esta década vuelven con fuerza: cómo no mencionar las que contó el propio Ballesta en su época de consejero de Obras Públicas, llegando a prometer que se soterraría hasta por Lorca. Inolvidables también las de Cámara, las de Andrés Ayala, las de Juan Hernández, las de Paco Bernabé. Memorables las del tito Ramón Luis. Las del Colegio de Ingenieros Industriales (que no los de Caminos). Las de los concejalillos. Las de los ministros. Todos tomándose las uvas en el AVE, a ocho metros bajo el suelo de la estación de El Carmen, en 2015, en 2016, en 2017. Muchas uvas son ésas, pensé. Peligro de que se hagan pelota, añadí. Pero luego caí. ¡Tate, mal murciano!, me reproché a mí mismo. ¡Esto es una prueba, zascandil! ¡Una prueba de fe!

Y vaya que si prueban. Ahí los tienes, el otro día, al alcalde y al ministro de Fomento, con el muro a medio levantar y prometiendo soterramiento por lo más sagrao: ahora sí que sí, de verdá de la güena, que dimita si miento. Sacándose proyectos desconocidos de la chistera. Dando plazos chanantes, como lo de empezar a soterrar antes de vender un solo ticket de AVE (¡en serio!). Y yo alcé arrobado mis ojos hacia mis representantes y dije ni mil palabras más, señores mandantes. Me lo creo como buen murciano. Podéis añadir la locura que queráis, que le acabáis de pillar a Gallardón la tuneladora por Wallapop, por ejemplo. Que me lo creo. Y a Paco Bernabé también, que salió el otro día (qué malita tiene que estar la cosa para sacar a este hombre, por cierto) a mandarnos para casa a celebrarlo. Conquistados ya los corazones y las mentes de los buenos murcianos. Sin necesidad de ver aprobada la partida presupuestaria. Pues sí que sí. De tó por tó.

Y subo: como justo pilla que hoy es martes, me voy a pasar por las vías. Pero no a gritar lo de el tren por abajo, nosotros por arriba. Ni a que me arrastren por el suelo los antidisturbios, no. Eso está ya muy visto. Voy a repartir camisetas. Camisetas de buen murciano. Camisetas de vecino fiel, que no le hace falta ver para creer, que sabe que la resignación callada es la mejor forma de conseguir las cosas. Camisetas de I Love Ballesta. Y luego buscaremos otras formas de agradecerle todo esto, este murete tan gracioso, estos 25.000 voltios a un metro de nuestras casas y colegios, esta incertidumbre que forja a los verdaderos creyentes en la religión del PP.

Oye, y por qué no un besapiés.