Algunos pensarán que la cháchara popular se queda un tanto corta para nombrar la infinidad de cosas de la tierra y del cielo; pero no me dirán que no dispone de un léxico granado y abundante con que pregonar las simplezas, malicias y maldades del prójimo. Entre este material arrojadizo uno de los dardos más eficaces era sorchante, vocablo especialmente apropiado para quejas y reproches. Así, abuelos, padres y demás familia tachaban de sorchante al zagal que no atendía a los mandados, se entretenía y se perdía en la calle y estaba siempre trasteando lo que no debía y estruciando cosas a cual peor; aunque también podía utilizarse como piropo con que celebrar las gracias del nene decidor y manifacero. Pero el reproche subía de tono cuando se aplicaba a quienes actuaban de forma taimada, abusaban de nuestra confianza y nos engañaban, emulando el descaro y las hazañas del vivalavirgen y el pícaro redomado. Finalmente, háganse cargo de lo útil que resultaría esta palabra, hoy tan olvidada, para anatematizar a los próceres que prevarican y malversan nuestros dineros, mientras alardean de honradez y buen hacer. ¡Vaya unos sorchantes!