Una de dos. O se celebra el referéndum el 1-O, como dice Puigdemont, y Cataluña se declara unilateralmente Estado independiente al día siguiente, o no se celebra, como dice Rajoy, y ya veremos lo que pasa. No cabe otra posibilidad. O Cataluña está embarazada de una nueva Constitución, de una nueva legalidad, o no lo está. No cabe que esté medio embarazada. Podría ocurrir, eso sí, que se repita un ´medio´ referéndum, como ocurrió el 9-N, pero en este caso todo dependerá de cómo actúen los independentistas en las horas siguientes. Si hacen lo mismo que en el 9-N, habrán firmado su derrota. Si consuman la escisión, entraremos en un panorama más incierto que el que se temía en el Caribe ante la llegada del huracán Irma. Habrá que estar preparados para una catástrofe de dimensiones incalculables. El 1-O, el mayor huracán político desde el 23F, puede arrasar con años de convivencia si sigue la trayectoria marcada por la Generalitat.

Todo dependerá, en realidad, de cómo evolucione de aquí a principios de octubre. Nos esperan semanas de vértigo que van a conmover a España. Claro que viendo el empecinamiento con que Puigdemont sigue su hoja de ruta y las arengas que lanza a sus seguidores independentistas, que se cuentan por cientos de miles, hay motivos para temer lo peor. Cada día que pasa asistimos perplejos a una nueva patochada. La primera en la frente fue la esperpéntica aprobación de la ley de referéndum, vulnerando las normas del Parlament y pisoteando los derechos de las minorías (que en este caso representan electoralmente a una mayoría de ciudadanos). La segunda, la también aprobación exprés de una miniconstitución catalana, llamada Ley de Transitoriedad, por si gana el sí (que inexorablemente ha de ganar puesto que se trata de un referéndum ilegal y sin garantías en el que no van a participar los contrarios a la secesión). Y ahora, las llamadas a la desobediencia y al desacato de la Constitución. En los próximos días también sabremos qué límites legales están de hecho dispuestos a traspasar y qué consecuencias se derivarán de este desafío a la justicia (que algunos ya definen como alzamiento).

De aquellas dos infames sesiones en el Parlament los días 6 y 7, quedará al menos el «Yo acuso» de Joan Coscubielas contra la mayoría de Junts pel Sí y el presidente de la Generalitat por violar los derechos de la oposición y menospreciar un ente, el Consejo de Garantías Estatutarias, propio de la legalidad catalana. Un discurso memorable, con tintes épicos, en defensa de la legalidad y de la democracia, en el que este veterano luchador antifranquista del PSUC sacó a relucir con una lucidez implacable todas las vergüenzas de este ´procès´. Bastaba mirar los rostros desencajados de Puigdemont y Junqueras para comprender que este seguidor de Zola había dado de lleno en plena línea de flotación del que acertó en llamar barco ´bucanero´ secesionista.

Vienen, pues, días difíciles. Semanas de enorme tensión que se irá acentuando a medida que vaya cogiendo fuerza esta ciclogénesis, no sabemos si explosiva. El propio Puigdemont ya ha optado por incrementar la escalada verbal y llama abiertamente a ´desbordar´ al Estado.

Cobran ahora más sentido que nunca aquellas llamadas al diálogo de quienes hace tiempo que vieron formase este ciclón. Siguen teniendo vigencia las propuestas de reforma de la Constitución que faciliten un mejor encaje de Cataluña en España, aunque ahora tengan que esperar. De algún modo tendremos que salir de esta tempestad. Superar este tiempo de confrontación incierto en el que incluso los que siempre defendimos que España y Cataluña están condenadas a entenderse empezamos a dudar.

Lamentablemente, la defensa de la Constitución queda ahora en manos de un presidente del Gobierno, Rajoy, líder de un partido, el PP, que ha fomentado hasta lo indecible el anticatalanismo para cosechar votos fuera de Cataluña. Una máquina de hacer independentistas que se revuelve ahora contra todos nosotros. Que no se confundan, por tanto, los términos. Estar contra los Puigdemont de turno y defender la Constitución en modo alguno significa blanquear a Rajoy. A la vuelta de la esquina lo seguirán esperando sus tramas de corrupción y sus nefastas actuaciones en el asunto catalán.

Así las cosas, sólo cabe esperar ahora que pase este huracán y que a su paso la democracia no se tambalee. Sabemos que antes del 1 de octubre será imposible hallar una salida. Pero después, como dice Coscubielas, entre la devastación será imprescindible encontrarla.