Tengo un recuerdo de niño. El de una pintada que se repetía en infinidad de paredes y muros. Rezaba «sinergipron». En los años anteriores al año 0 de la era Google, era imposible conocer cosas que hoy se resuelven en un segundo. Con el tiempo busqué el palabro y el mito cayó, no era una proclama política, ni un grito desgarrado, ni el de un enamorado desesperado. No. Sinergipron es un abono. Un simple nutriente para la tierra que alguien repitió por mil lugares al estilo del cartel ese fosforito del jamón y vino de la Dehesa que se repite más que el ajo. Por eso ahora, aunque me muero de curiosidad por entender este texto griego, que algo dice de cruzar el mundo una mañana, prefiero no saberlo, no sea que sea otra marca de mierda para que crezcan las plantas, o un simple «tonto el que lo lea».