Llegamos al Vianícolo San Francesco di Sale, donde nos habían alojado mis hijos para celebrar la jubilación de Juani, en la ciudad y el barrio más hermosos que conocemos (Roma, El Trastévere), en una casa desde la que se veían los muros de la prisión que ya había salido en alguna película, porque preso y familia se hablaban a un lado y otro del muro que separaba libertad y cárcel, y que también nosotros pudimos ver y oír en aquellos días de septiembre.

Esto coincidía con nuestro segundo viaje a Roma, cuando conocimos a nuestra mejor amiga de aquella ciudad, Piera (su madre le llama Pierina), y coincidía con los funerales de Pavarotti (fallecido, precisamente el día 6 de septiembre de aquel año de 2007), hacen ahora diez años.

Fueron unos días inolvidables y sentidos, de respeto y duelo y de conocimiento de una Roma capitaneada por nuestra amiga. Nos acercamos a los lugares donde, en el viaje de novios, ya habíamos visitado (sobre todo bares y restaurante del barrio de El Trastévere), y algunos de ellos ya habían desaparecido o cambiado el dueño o la gestión de los mismos. Pero descubrimos otros no menos populares y agradables gracias a Piera.

Los medios de comunicación de aquellos días se ocupaban del mejor tenor lírico de la historia de la música operística, Luciano Pavarotti. El tenor había hecho sus primeras apariciones públicas como cantante en el coro del Teatro de la Comuna, en Módena (ciudad de nacimiento en 1935), y más tarde en La Coral de Gioacchino Rossini, donde demostró su talento. Debutó en 1961 como Rodolfo en La Bohème, de Puccini, en el teatro de ópera de Reggio Emilia. La consagración llegó con Tonio, de la ópera La hija del regimiento, de Gaetano Donizetti, junto a la soprano australiana Joan Sutherland, con su difícil aria de nueve notas do de pecho que le hizo merecedor de la portada del The New York Times. En su acercamiento a la música popular, Pavarotti grabó duetos con Eros Ramazzotti, Sting, Andrea Bocelli, Celine Dion, Liza Minnelli, Elton John, Tracy Chapman, Frank Sinatra (My Way), Michael Jackson, Barry White, e inéditamente con el brasileño Caetano Veloso, la argentina Mercedes Sosa y el grupo de rock irlandés U2. Como anécdota curiosa digamos que el 24 de febrero de 1968, en el Palacio de la Ópera de Berlín, Pavarotti logró el que fue, durante mucho tiempo, el aplauso más largo de la historia. Interpretando la obra El elixir de amor, escrita por Donizetti en 1832, el tenor consiguió enamorar al público, que recompensó su talento con un aplauso de 67 minutos, más de una hora a lo largo de la cual el cantante salió 165 veces a escena, acarreando con sus respectivas 165 subidas de telón, para agradecer al público su gran apoyo.

Pavarotti falleció a los 71 años y ha sido, con toda probabilidad, el tenor más famoso que ha dado a conocer la ópera a los públicos más populares y generalmente alejados de la música clásica. Sus actuaciones conjuntas con los tenores José Carreras y Plácido Domingo fueron siempre un espectáculo de masas, que les hizo famosos con el apelativo de ´los tres tenores´. Pavarotti valoraba que esa labor divulgativa había alcanzado a unos 1.500 millones de personas en todo el mundo. Su muerte se produjo un día antes de convertirse en el primer galardonado con el nuevo Premio de Excelencia en la Cultura Italiana otorgado por el Gobierno. El tenor recibió el premio por promover la cultura italiana dentro y fuera del país. El artista no pudo realizar una gira mundial de despedida, como tenía previsto. Los funerales de Pavarotti, en Módena y en un mar de lágrimas, se celebraron el sábado 8 de septiembre, y nosotros pudimos verlos en la televisión italiana, un solemnísimo acto de despedida para el genial tenor, tal vez el mejor del mundo y de la historia que conocemos en esta potencia de arte musical.

Ahora se cumplen diez años de aquella Roma sin Pavarotti, de aquella hermosa ciudad que lloraba a quien había amado tanto; y, por la tarde, se oía a la mujer de un preso de la cercana prisión darle noticia, a gritos, del juicio que tenía pendiente para sentencia su marido, que al otro lado del muro escuchaba con atención y preguntaba, como en aquella película italiana, exactamente igual. Y yo pensaba que estas cosas, como aquellas imágenes de Fellini o Antonioni, o los versos de Rafael Alberti sobre los gatos y el inmenso amor del pintor a la Fornarina solamente se pueden dar en una ciudad así, como Roma.

Y lo digo mientras oigo aquel Nessum Dorma, de Pavarotti, porque también, aunque nosotros «debemos, por desgracia, morir», como dice la ópera, y su misterio está en su voz («al alba venceré»), encerrado en él, como Roma lo está, aunque sea una città aperta.