Tanto esperar y no sólo no lo soterran sino que nos construyen un muro que aisla aún más al extrarradio. Cuestión de billetes, los mismos que separan a los ciudadanos en función de si pueden tomar o no el AVE. Toma que toma y, a nivel oficial, promesas de que todo se retoma en un infinito bucle amurallado. Quedamos a la espera del ingenio de los ingenieros, las subcontratas y, ante todo, del mando de ADIF, tan rápido en buscar apaños y atajos de imposible recorrido. A ver qué maravilloso parapeto erigen, un pantallazo que igual es ideal para acompañar los proyectos de alta velocidad que España intenta vender a la Meca y a Estados Unidos. Si los amigos de Israel tienen ya el muro de las lamentaciones, justo es que Arabia, allá o alá, tenga otro igual que, procedente de Murcia, esté salpicado, asimismo, de sollozos y llantos por los múltiples cabezazos que llevamos en la larga penitencia del AVE. Y qué decir de los puntos que ganaríamos ante Trump si le presentamos un AVE con un muro incorporado. Ya saben, Murcia como campo de ensayo, tal y como fue Guernica e inmortalizó Picasso a través de otra ave. Enterramos la muralla que rodeaba Murcia, en una actuación vergonzante contra nuestro patrimonio, y levantamos pantallas de metacrilato para enterrar a Murcia. En eso consiste el progreso, encarnado por un AVE en cuya construcción, realmente, hay personas que han progresado y, por ello, están cerca de ir a la cárcel.

Ya lo tenemos claro, no será ni la fortaleza de Murcia ni tampoco la muralla de Ávila, que integra a toda la ciudad. Tampoco la China, saltada inteligentemente por los productos hortofrutícolas murcianos. Más bien se asemejará a los bidones oxidados y sacos terreros que parten en dos Nicosia, la capital de Chipre. Allí, los casos azules de la ONU evitan el enfrentamiento. Aquí, un reducto de valientes vecinos mantienen las antorchas en alto desde su campamento, mientras la inmensa mayoría prefiere seguir en el andén, ajenos a cualquier viaje que exija, como única maleta, el compromiso.