Lo primero que se necesita para crear una nueva nación (como bien decían Les Luthiers en uno de sus maravillosos espectáculos) no es ni un himno ni un escudo ni siquiera una bandera; lo primero que se necesita para crear una nación es un enemigo. El independentismo catalán lo tenía muy claro desde el principio, por eso, antes que nada, señalaron a España como el Estado invasor, el gran enemigo del pueblo catalán.

Con el paso de los años (y gracias a la inoperancia judicial y política) ese sentimiento de odio hacia el Estado español fue creciendo exponencialmente. Ahora, nos encontramos con que no solo un porcentaje importante de la población catalana es independentista, sino que, además, ese porcentaje persigue, excluye, margina, ataca e incluso desea la erradicación del porcentaje que no lo es. Como ejemplo, baste señalar que hace un año una independentista catalana deseaba la violación en grupo de Inés Arrimadas por no pensar como ellos, que líderes catalanes con cargos públicos hablan públicamente de la ocupación española basándose en una historia catalana que nunca existió, que otros independentistas catalanes con cargos públicos distinguen en un atentado terrorista entre víctimas catalanas y otras víctimas, o que otros independentistas catalanes con cargos públicos dicen públicamente que los españoles damos pena. Gracias a todo ello, los independentistas han logrado finalmente lo que tanto deseaban, y es que muchos españoles estén hasta las narices de los catalanes, convirtiéndolos asimismo en enemigos, sin distinguir entre buenos y malos.

Y ese es, precisamente, el gran éxito del independentismo catalán y el gran problema territorial español, ya que ahí, en Cataluña, perseguidos por un Gobierno catalán que no respeta las leyes y que se ha aprovechado de las instituciones democráticas para imponer su dictadura; ahí, en medio de una política que persigue a los no independentistas; ahí, en medio de independentistas extremistas que les desean la violación (o quién sabe si el gaseo) a los que no piensan como ellos; ahí, repito, en medio de ese ambiente de hostilidad hay catalanes que sufren y que se sienten abandonados por el sistema judicial y político catalán y español.

Cuando el independentismo catalán excluyente nació hace ya varios años, era apenas un pequeño grupo sin apenas representación ni cabida en una sociedad catalana avanzada social y culturalmente. Hoy en día, ese independentismo rancio e intransigente domina gran parte de las instituciones. Sin embargo, al contrario de lo que se pudiera pensar, ellos no son los culpables. Los culpables son los políticos y los jueces que ven nacer a ese tipo de partidos extremistas y excluyentes y que no hacen nada por erradicarlos desde un principio, dejándoles afianzarse, dejándoles crecer, dejándoles apoderarse primero de un Ayuntamiento y luego del resto de las instituciones, basándose en una libertad de pensamiento y en una libertad de expresión que, precisamente, utilizan este tipo de partidos para llegar al poder y, una vez allí, aniquilarlas para imponer sus dictaduras. Ahora, que se ha dejado que la enfermedad avance por todo el Estado español, enfrentando a Comunidades autónomas, enfrentando a familias, la operación para erradicarla nos hará a todos mucho más daño. Sin duda, una interpretación absolutamente equivocada de lo que significa la democracia.