Posiblemente éstas sean las palabras más difíciles que he escrito en mi vida. Quizá por eso no sé ni por dónde empezar. Así que lo haré por algo que tengo muy claro: Os quiero.

Vosotros, mis preciosos hijos, sois lo que más he querido y querré en la vida. Y sin embargo, he de pediros perdón, pues querer mucho no siempre es sinónimo de querer bien y yo, no os he sabido querer bien.

No sé cuándo fue exactamente que me convertí en la persona que no soy, en alguien en quien no creo, de quien me arrepiento, en alguien que no quisiera que tomaseis como modelo. Y esto es, sin duda, lo que más me pesa.

Nunca renunciéis a vosotros mismos. Nunca permanezcáis junto a alguien que no os permita ser quienes sois.

Sólo el amor es motivo para compartir la vida. Ni la pena, ni la culpa, ni la comodidad, ni la responsabilidad. Tan sólo el amor. Sólo eso. Todo eso.

Yo quisiera haber sido para vosotros ejemplo de lucha, de esfuerzo, de superación. Y nada de eso he sido. Ni siquiera ahora quiero seguir luchando. Perdonadme. No quiero más tratamientos, más pruebas, más ajustes de medicación. Tan sólo quiero disfrutaros y dejar el tiempo pasar. Dormir dulcemente y no despertar. Sé que os dejo en las manos fuertes y resueltas de tía Enriqueta. Me queda esa paz.

Querido Carlos, confío tanto en ti, mi pequeño gran hombre. No te he dicho lo deliciosos que son tus desayunos de estos últimos días, porque sé que no podría hacerlo sin romper a llorar. Te quiero, te quiero. Sé fuerte, pero sin romperte. No pasa nada por dejar las cosas a medias, no pasa nada por salir huyendo si las situaciones te superan y nada importa que emprendas un camino en el que sólo tú crees. Confía en ti. Yo lo hago y yo ya confío en muy poquita gente. Siento que hayas tenido que ver más de lo que tus pequeños ojos podrían asimilar o peor aún, que hayas podido entender demasiado. Recuerdo cuando me encontrabas leyendo en el lavabo de madrugada y me decías: «¿Qué, escondiéndote de papá?». O pintando en el sótano. Me retirabas el mechón tras la oreja y añadías: «Mírala, parece una princesa encerrada». Cuánta razón tenías y cuánta sinrazón te ha tocado vivir.

Mi querido Luis, menudos disgustos te tomabas cuando tu hermano te decía que eres el hermanito ´sándwich´. No sé por qué me acuerdo de esto justo ahora, pero déjame decirte que sí, eres un sándwich, pero de nocilla y no se me ocurre un bocado más exquisito. Eres dulce como tú solo. Eres especial. Eres único.

Mi diminuto Alberto, mi pequeño príncipe. Es curioso lo atento que estabas la otra noche en la playa, tumbado, mirando las estrellas. Como si entendieses cada palabra, riéndote cuando tocaba en esas historias que medio me inventaba sobre ellas para vosotros y asustándote cuando correspondía. Que sepas que sí, que estaré velando por cada uno de vosotros desde una estrella. No será la que más brille ni la que menos, tampoco. Cuidaré de vosotros sí, pero os pido vuestra más estrecha colaboración. Amaos mucho, pues es la única forma de amar bien a los demás que conozco.

Este ha sido para mí un agridulce verano, pero espero que, para vosotros, cada uno de los que sigue sea el mejor.

Vuestra madre.