A veces el empresario cae en el error de entrar en una guerra de precios que le hace perder valor y prestigio. Da que pensar el hecho de que puedas ser capaz de establecer un precio por un producto o servicio y lo disminuyas por el mero hecho de que otros cobren más económico que tú.

Eres tú el que le pones precio a tu trabajo, utilizando las variables que tienes a tu alcance: los costes que tienes, tu forma de transmitir, los valores que transmites y ofreces, tu actitud, tu personalidad, etc. Simplemente debes ponerle precio a tu valor. Y cuánto más cerca está uno del otro, mejor será para tu negocio.

Si quieres calcular el precio que pones a tu trabajo es cuestión de entrar en Google, leer los artículos que corren por la red y aplicarlos; cosa distinta es calcular tu valor, y eso no se rige por una regla de tres o por cálculos matemáticos. Tu valor es tu confianza, es tu seguridad, es tu forma de manejar tu trabajo, creer en lo que haces, creer en lo que ofreces y que llegue a ser tan distinto, diferente, exclusivo y bueno que se pueda pagar. Cuando tengas claridad meridiana sobre ello no tendrás miedo a valorarte económicamente.

Dejarás de pensar en qué puede ser mejor bajar tu precio porque tus clientes van a salir corriendo o si pierdes las operaciones porque no has querido regatear. Por supuesto que si crees que tu valor es muchísimo más alto de lo que un cliente está dispuesto a pagar por tu servicio, es conveniente darle una vuelta a tu política de precios y equilibrar.

Es muy importante conocer hacia qué público vas a dirigir tu negocio y si vas a basar tu beneficio en la alta o baja rotación. Una vez sabido, y teniendo claro por dónde se mueve tu mercado, ya puedes tener más armas para monetizar tu trabajo.

Me decía hace poco un amigo que vales lo que el cliente es capaz de pagarte. Y qué razón tiene. El problema está en saber reconocer tu valor, aunque deja de serlo cuando sabes quién eres, sabes qué ofreces, sabes que das€