Hay vocablos que confirman la teoría platónica de que las palabras, para bien o para mal, son imagen de las cosas. Si por la calle nos encontramos un papel arrugado u observamos un perrito aterido de frío en un rincón, o al regresar a casa vemos a la abuela de cuerpo diminuto y piel apergaminada recogida en las profundidades de su sillón, entonces quisiéramos encontrar la palabra exacta que ofreciera la imagen viva de todo esto. Y tras mucho rebuscar, la encontramos en una mínima entrada del diccionario, y eso nos trae a la memoria que el abuelo, tiempo ha desaparecido, la utilizaba para describirse a sí mismo cuando decía que, como era viejo, estaba ya hecho un gurruño, es decir, arrugado y encogido, porque con la edad uno se va engurruñendo poco a poco. Aunque su imagen de la decrepitud iba más allá cuando se imaginaba totalmente engurruñío, una vez muerto. Pero como hoy no se aprecia ni lo viejo ni lo feo, aunque vemos muchas cosas y personas hechas gurruños, no las nombramos así, entre otras razones, porque hemos olvidado esta palabra tan vieja y engurrunía.