Soy partidario de conocer las historias humanas; de una en una cuando se trata de las relacionadas con acontecimientos de orden colectivo; en algunas de ellas se pueden encontrar actitudes generosas, heroicas, formidables y ejemplares. Y una de las que he encontrado, con total asombro por mi parte, ha sido la de una familia de canadienses que perdieron al padre de familia en los atentados de Barcelona. Un matrimonio de aquel origen paseaba por las Ramblas con la mala fortuna conocida. Ella fue ingresada en grave estado en un hospital, como tantos otros heridos. Mientras esto ocurría los hijos del matrimonio les buscaban no sin desconcierto.

Cuando esto ocurría alguien catalán o residente en Cataluña, les prestó la ayuda que necesitaban para dar con el paradero de sus padres; afectivamente, solidariamente. Horas más tarde, solo pudieron encontrar a la madre ingresada de gravedad. Por suerte se ha recuperado y su vida está a salvo. Lo trascendente de la negra y desafortunada historia es comprobar, por declaraciones de la hija del matrimonio a la televisión, que tras la pérdida irreparable se muestran tan agradecidos a las gentes que les ayudaron que no han tenido inconveniente (todo lo contrario) en declarar su profundo agradecimiento, su intensa amistad nacida y ´su amor por España y Barcelona´, han dicho además que volverán y que ya para siempre «ellos llevarán a Cataluña en su corazón y que quieren pertenecer también a esta tierra».

Si la ausencia de rencor y de odio son siempre plausibles, en este caso lo considero positivamente extraordinario. Ni un mal gesto en esta persona, que ha sido dañada injustamente, arrebatada de su ser querido en graves circunstancias lejos de su país de origen por causas que le son totalmente ajenas. No cabe mayor desprendimiento y comprensión ante el disparate acaecido en la ciudad de Barcelona, la que están dispuestos a amar de por vida. Me admira la actitud ciudadana de esta persona y su carácter y fortalezas moral y emocional.

Esta persona de la que no he retenido su nombre en la fugacidad de las imágenes de las noticias, me reconcilia con el ser humano al que confieso no entender en tantísimas ocasiones. Me lleva y me trae a una bondad desaparecida o en trance de desaparición en el mundo. Y resucita en mí la creencia en que ciertos valores no se han perdido del todo, en que todavía alguien es capaz de algo memorable.