Hace exactamente 45 años que en los Juegos Olímpicos de Múnich un grupo de terroristas palestinos atacaba a una delegación israelita en la villa olímpica. Allí mismo asesinaron a dos miembros del equipo y secuestraron a otros nueve. Exigían la liberación de 200 árabes en cárceles israelíes a cambio de las vidas de los atletas retenidos. Recuerdan las efemérides que el 6 de septiembre las autoridades alemanas orientales llevaron a los terroristas y a sus rehenes al aeropuerto, donde francotiradores de la policía alemana abrieron fuego intentando un rescate desesperado. Los palestinos asesinaron a cinco atletas israelitas con granadas y otros cuatro fueron ejecutados a tiros. En la refriega perdieron la vida, además, cinco palestinos y un alemán. Los Juegos se suspendieron durante un solo día y todo siguió con normalidad. Probablemente sorprenda la pasividad entonces de los deportistas, su incapacidad para reaccionar ante tales hechos y la escasa respuesta internacional que supuso aquel acto terrorista. Pero más asombra que tras casi medio siglo, nada haya ido a mejor; el pueblo palestino sigue igual o peor y el nacimiento de Israel en 1948 no ha traído otra cosa que odio y muerte entre vecinos. Da que pensar que el ser humano no está hecho para otra cosa que el rencor, el desprecio y la rabia, acreditada en la mayoría de las veces por las creencias místico-religiosas que nunca parecen pasar de moda.