El pasado día 29 de agosto hicieron 16 años del fallecimiento de Paco Rabal en un vuelo en avión y a la altura de Burdeos. Sus restos descansan en el cementerio de Águilas y no en La Cuesta de Gos bajo el bronce del escultor Santiago de Santiago, como se ha creído durante mucho tiempo. No hubiera estado muy bien y eso, seguramente, lo entendió su familia, dejar descansar los restos del genial actor, hombre de principios e ideas claras de izquierdas, bajo la obra de un escultor del régimen franquista, De Santiago. Y acertadamente su viuda, Asunción Balaguer, trasladó los restos a Águilas.

La muerte repentina en el avión que le traía de Canadá (festival de cine de Montreal, donde recogió el premio al mejor actor) a causa de una trombosis pulmonar masiva, conocida como el síndrome del turista, ya que llevaba muchas horas de ida y vuelta en la posición sentada y sin moverse o hacer ejercicio, Paco Rabal dejó su vida donde murió también el genial pintor español Francisco de Goya, en Burdeos. Pintor interpretado en tres ocasiones por el genial actor aguileño, la última de ellas Goya en Burdeos, de Carlos Saura.

Son muchos los días y las oportunidades que tanto en medios de comunicación como en situaciones esporádicas de personas que le conocieron, aparece el nombre de Paco Rabal, y sus condiciones vitales de joven galán, hombre maduro y, finalmente, abuelo de nietos y nietas de sus hijos Teresa y Benito. Con las tres vidas cumplió debidamente.

Hace unos días se han cumplido años de su fallecimiento y ello vino a coincidir con la puesta en algunas televisiones de películas inolvidables, como lo son la mayoría de las que hizo nuestro actor (más de 200), con premios nacionales e internacionales, que harían imposible incluir en esta columna dominguera.

A finales de los ochenta tuvo lugar uno de los momentos decisivos de su carrera: el encuentro con Luis Buñuel en México ( Nazarín, 1958), donde empezaron a llamarse tío y sobrino. Su interpretación intensa del sacerdote protagonista se convirtió en la puerta que abrió su colaboración con el maestro aragonés, prolongada luego en Viridiana (1961) y en Belle de Jour (1966).

Su proyección internacional alcanzó la etapa más interesante gracias al trabajo con creadores como Michelangelo Antonioni en El eclipse (1961), Leopoldo Torre-Nilsson en La mano en la trampa (1961), Jacques Rivette en La religiosa (1966) o Luchino Visconti, con el que trabajó en el episodio La strega bruciata viva (1966). La siguiente década la inició con las obras de Glauber Rocha ( Cabezas cortadas, 1970) o Silvano Agosti ( N. P. il segreto, 1972). Esta etapa estuvo dominada fundamentalmente en el cine italiano, así como por su dedicación a la realización de documentales sobre Machado, Alberti y Dámaso Alonso, y un alejamiento de censura ministerial en el cine nacional a pesar de sus notables interpretaciones en películas como Goya, historia de una soledad (1970), de Nino Quevedo, o Tormento (1974), de Pedro Olea.

Pasada esta etapa, la madurez artística y personal de Rabal coincide con el periodo más fecundo y creativo de su extensa carrera, con cine como La Colmena (1982) y, sobre todo, Los santos inocentes (1984), ambas de Mario Camus, y por la segunda de las cuales obtuvo (conjuntamente con Alfredo Landa) el Premio a la Mejor Interpretación Masculina en el Festival de Cannes. Es inolvidable también la serie de Juncal, tal vez la comedia más completa y mejor que se ha realizado en España, dirigida por Jaime de Armiñán.

Ahora, Francisco Rabal en el recuerdo tiene el valor de la consideración de que un murciano llegara a cotas tanto en el cine, como en el teatro como en la televisión, de interpretaciones de tan alta calidad que nadie ha logrado superar y será muy difícil que eso ocurra.

Y, tal vez lo más importante: Paco Rabal tiene esa carisma internacional gracias a un trabajo bien hecho, pero también a su compromiso serio con su trabajo y, por qué no decirlo, con su tierra, a la que le dio cuanto era y aún le sigue dando en el recuerdo de quienes le admiraron. Esa es, precisamente, la grandeza de Rabal, su integridad moral y profesional. Quienes le conocimos lo sabemos bien y será así mientras quede memoria entre nosotros y el olvido no se apodere de nunca de nuestra inteligencia.