No no pude celebrar misa ese día. Pero no quería perderme la Eucaristía y por eso fui a la parroquia del pueblo. Una iglesia limpia, cuidada, un cura mayor (pero no viejo) con una voz suave, acogedora y aire bondadoso. La gente tenía cada uno su libro de cantos y lo usaban cantando lo que, una lectora ágil y con soltura, iba señalando. Hermosa homilía. Me hizo bien, me ayudó en mi fe.

«Mañana bautizo a mi hijo». Dicho así es una frase que no tiene por qué tener mayor enjundia. Si la dice el cura en la misa del sábado, entonces sí puede provocar alguna reacción en los oyentes. Y reacción la hubo, pero de asentimiento y satisfacción.

El caso es que el cura que nos ocupa viene gestionando desde hace años, con la colaboración de muchos de sus feligreses, un programa de ayuda a un orfanato de Bielorrusia que, además del envío puerta a puerta, sin intermediarios, de un camión de alimentos, incluye la venida todos los veranos de niños para pasar un mes con las familias del pueblo.

La participación del cura en el trabajo no es sólo de organizador y capitán Araña, sino que se viene comprometiendo también todos los años en tener a uno de los niños en su casa. El resultado fue su voluntad decidida de conseguir la adopción del niño y que se quedase con él en España para siempre. Lo ha conseguido. Y el siguiente paso era incorporarle del todo a su familia, a su comunidad, administrándole el sacramento del bautismo.

Nos lo explicaba él mismo en la misa del sábado: «Mañana domingo bautizaré a mi hijo». Lo decía con la naturalidad de quien considera que no hace más que responder con su persona a un cúmulo de circunstancias que se han ido poniendo en el camino. Sin ningún exhibicionismo, sin querer ser noticia, aunque dando cuenta a su comunidad de un paso que sin duda será comentado. Y también, ¿por qué no?, con el pequeño orgullo de padre primerizo que quiere compartir con los suyos una alegría.

Los fieles de los bancos de delante, señoras y señores mayores, hacían gestos de aprobación y de satisfacción contenida. Sus amigos ni se rasgan las sotanas ni tiran cohetes: «Dada la cantidad de circunstancias que se han juntado, lo que ha hecho parecía la respuesta más conveniente». Como si no pasase nada especial. Como que, ciertamente, no ha pasado nada especial.

En otros ambientes menos cercanos habrá polémica. Cada uno arrimará el ascua para calentar su sardina o chamuscar la del contrario. Si los curas pueden adoptar niños, y en definitiva formar una familia, ¿por qué no formarla del todo y que puedan casarse?

O bien, que ya era hora de que los curas se comprometan de verdad con los problemas del mundo. O que también en esto habrá tenido sus privilegios para mover los papeles. O que vete tú a saber qué ventajas sacará. O que con tal de seguir siendo protagonistas ya no saben qué inventarse. O que el canon no sé cuál no lo prohíbe pero tampoco lo autoriza.

A los que estamos cerca, a los que el nuevo padre nos viene alimentando cada semana con su palabra serena sobre la palabra de Dios, no nos escandaliza su coherencia; nos emociona y alecciona que, para resolver un problema de sufrimiento, haya querido hacer algo que no venía escrito en los papeles ni estaba en la tradición. Yo he puesto este año con más gozo la crucecita para la Iglesia en la declaración de la renta.

Tal vez se esté reescribiendo la parábola del buen samaritano con algunos matices nuevos. Antes decía: «Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo». Ahora podrá escribirse: «Pero un sacerdote que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a su casa y cuidó de él».

Predicar con el ejemplo

Terminaba la misa del sábado. Antes del «podéis ir en paz», el cura deja el altar y se acerca al atril de las lecturas y las homilías. Eso suele querer decir que hay una colecta extraordinaria en marcha. Esta vez no. «En los últimos siete años os he hablado muchas veces desde este micrófono del orfanato de Bielorrusia. Este verano también vendrán veinte niños a pasar unas semanas con las familias del pueblo. Sabéis que intento predicar con el ejemplo, aunque no siempre lo consigo. Yo también me traía cada verano a un niño a estar conmigo, porque el llevar las cosas de la casa no me causa problema. En los últimos años ha estado viniendo a mi casa un niño con unos problemas físicos y afectivos realmente dramáticos que hoy no os voy a detallar. Hace dos años, por asuntos de su salud, recomendaron que no volviese al orfanato al terminar el tiempo normal de estancia. Yo le solicité entonces en adopción, y hace hoy justo un mes que, después de muchos papeleos, me lo han concedido. Mañana es el último domingo de mes y, como sabéis, celebraremos los bautizos. Y también le bautizaré a él junto con todos los demás niños. Mañana bautizo a mi hijo. Estáis invitados». Ese domingo era a fiesta de la Santísima Trinidad. Un padre le daba a su hijo la gracia del Espíritu Santo.