De las arcas públicas, Macron ha gastado en sus cien primeros días al frente de la jefatura del Estado 26.000 euros en maquillaje y eso que la France ya se había sometido, con la pronunciadísima ascensión hacia el Elíseo del advenedizo exbanquero, a una operación cosmética de indudable alcance. De los pilares a través del hito de aquella revolución a estos resortes capilares. Recordemos que la maquilladora de Sarkozy se embolsaba 8.000 euros mensuales por el cometido y que hace un año se armó la marimorena tras conocerse que la factura del peluquero de Hollande rondaba los 10.000 teniendo en cuenta que el hombre dispone de unas relucientes entradas. Si llega a contar con pelambrera al estilo Trump y dimensión de la de Pablo Iglesias, la V República habría entrado en quiebra.

Estos derrotes en la dirección de una de las naciones mejor cimentadas de pensamiento, obra y omisión corroboran que, en lo que al sustento ideológico se refiere, las raíces están pudriéndose de todas, todas. Da la impresión de que no resisten sanas ni las puntas, salvo que plebe comprometida de siempre intentara agarrarse a un clavo ardiendo al son de «¡peluqueros y maquilladores del mundo, uníos!», pero tampoco éstos iban a volverse locos sabiendo que quienes esperan a la vuelta de la esquina por aquí son los bien parecidos porque a los que se les atribuye cierto sustrato, más que velos de ingredientes hidratantes, lo que necesitan cada dos por tres es ir a urgencias de la leña que se dan. Podemos a pesoe; pesoe contra pesoe; Iglesias a Errejón, Llamazares a Garzón, éste devolviéndosela y tiro porque me toca. La verdad es que, en nuestro caso, viendo cómo se manejan quienes patronean la barca es para desquiciarse. Rajoy vuelve al Congreso con lo mismo que se despidió desde la Audiencia Nacional: esos asuntos más que turbios sobre los que ha sido capaz de interiorizar un discurso productivo sin necesidad de maquillaje alguno. Al no ponerse colorao, es lo que nos ahorramos.