Finalmente los publicitarios (no ´publicistas´, que son los especialistas en Derecho Público según el diccionario de la RAE), hemos encontrado una misión noble y digna en esta vida: salvar el mundo.

Ha sido un largo camino para una profesión que cuenta entre su literatura de referencia con un manual titulado Soy creativo publicitario, pero a mi madre le digo que trabajo de pianista en un burdel. Y es que lo de estudiar publicidad suele ser el destino de lo estudiantes menos brillantes de cada casa. Grave error. Yo era el número de uno de mi clase, con matrículas de honor en todas las asignaturas desde segundo de bachiller a COU, y estudié Publicidad y Relaciones públicas. ¿Y por qué digo los humildes publicitarios salvarán el mundo?

Pues por la propia dinámica que alimenta el progreso económico y social desde la Ilustración, la invención del capitalismo en sus diferentes dimensiones y la sucesivas revoluciones tecnológicas e industriales que todo ello ha acarreado desde hace tres siglos. La dinámica del capital societario en acción impulsa la búsqueda de máximos beneficios por parte de las empresas y sus inversores (la invención más disruptiva del capitalismo), mediante el aumento de la productividad en los procesos de producción, que siempre conlleva una disminución de los puestos de trabajo.

El aumento de productividad implica siempre un aumento de riqueza en términos absolutos. El problema es que si esa riqueza no llega de alguna forma al empleado redundante (despedido, o en el futuro ni siquiera contratado), difícilmente esos productos elaborados de forma eficiente tendrán un consumidor solvente capaz de demandarlos.

La conclusión es simple. O existe gente experta en convencernos de que no podemos vivir sin un smartphone más sofisticado, un robot de cocina con más funcionalidades, o un viaje al Caribe para bucear con tiburones más arriesgado, o todo el sistema capitalista se nos cae encima como un castillo de naipes. Menos mal que existimos los publicitarios. De lo contrario, el mundo actual estaría definitivamente condenado.