Una vez le preguntaron a un conocido biólogo cómo sería Dios si atenderíamos a lo más elaborado de su magna obra creativa, los seres vivos. El científico en cuestión respondió con cierta retranca: «Me imagino un venerable y bondadoso anciano de pelo blanco que debe disfrutar enormemente de los escarabajos, porque no encuentro otra explicación a la existencia de más de treinta mil especies distintas de estos insectos».

Pues si tuviéramos que atender a las manifestaciones de la Virgen María en la vecina Portugal, tendríamos que decir que algo sucede de especial con los árboles, ya que tienen un protagonismo desmedido en relación con eventos protagonizados por sus devotos. Hace unos años visité el monasterio de Fátima, que conmemora las apariciones de la Virgen a tres pastorcillos portugueses en sus inmediaciones, concretamente en Cova de Iria. La Virgen se apareció varias veces revelándoles tres secretos relacionados con importantes momentos en el curso de la historia humana. La Virgen no tuvo demasiado problema en reclamar a su seno a dos de los pastorcillos, Jacinta y Francisco, siendo todavía infantes. Los dos niños murieron con una diferencia de meses por la peste ´española´. Sor Lucía aguantó mucho más, incluso para tener tiempo de revelar a Juan Pablo II el último de los secretos, que por lo visto predecía el atentado que este habría sufrido veinte años antes en la Plaza del Vaticano. Portugal cuenta con una proporción de católicos fervientes mucho mayor que la cada vez más descreída población española.

También cuenta con muchos árboles y con muchos devotos a distintas advocaciones de la Virgen. En una de las celebraciones de este verano, la romería al Santuario de Nuestra Señora del Monte en Madeira, la Virgen no pudo evitar que un árbol cayera encima de los romeros matando a 13 de ellos por aplastamiento. Sin duda son gajes del oficio, o este caso de la devoción. Y es que en este mundo nadie está libre de lo peor, y mucho menos si hablamos de árboles, Portugal y la santísima Virgen.