El ´monstruo´ acecha. Vive escondido como las ratas y cuando puede, ataca. Golpeó con saña en Madrid el 11 de marzo de 2004 y lo ha vuelto a hacer ahora en Barcelona y Cambrils. Entre tanto, no ha dejado de asesinar en París, Bruselas, Londres, Niza o Manchester.

El ´monstruo´ es un Frankestein que surgió de entre los escombros de la guerra de Irak, asistido en su parto por Occidente. Un Frankestein con un objetivo diabólico: sembrar el terror perpetrando atentados que causen el mayor número posible de víctimas para provocar la implosión de nuestro modo de vida occidental. Un monstruo con cara de jóvenes descerebrados criados en España y fanatizados por imanes incontrolados, que estrellan coches contra grupos de personas indefensas o apuñalan con cuchillos caseros a pacíficos transeúntes. Eligiendo, eso sí, objetivos fáciles y simbólicos. En este caso, las concurridas Ramblas, el corazón de Barcelona, ciudad cosmopolita.

Wassim Nasr, experto en yihadismo, habla abiertamente de «guerra de desgaste». Nosotros los bombardeamos en Irak o Siria para desalojarlos de territorios que han tomado por las armas (financiadas, por cierto, por «amigos comunes» como Arabia Saudí) y donde han implantado el terror de la sharia, y ellos asesinan a jóvenes indefensos en salas de conciertos como el Bataclan o arrollan a turistas inocentes que deambulan tranquilamente por el Paseo de los Ingleses o Las Ramblas. No para reconquistar el Ándalus, como quieren hacer creer algunos -no son tan estúpidos-, sino para ensanchar las fracturas profundas que existen en el interior de las sociedades europeas, enfrentándonos unos contra otros, e instaurando un clima de guerra civil entre comunidades de origen musulmán y el resto de la población. Por no hablar de los daños económicos que causan en términos de turismo o de inversiones millonarias en seguridad.

Un dato para la esperanza es el grito de condena, por fin visible, de gran parte de la comunidad musulmana contra este fascismo islamista, y el repudio de estos «animales salvajes sedientos de sangre», como los ha definido su representante en Murcia. También la reacción unánime de miles de ciudadanos que en el mismo lugar del atentado gritaban con valentía en catalán «No tenemos miedo». Y por supuesto, la profesionalidad de las fuerzas de seguridad que nos protegen.

No todo es luz, sin embargo. Existen también algunas zonas de sombra, a la vista de cómo evoluciona esta guerra de desgaste. Expertos, como Thomas Vampouille, se muestran más bien cautos. A nadie se le escapa que Europa se encuentra frente al veneno del terrorismo islámico, que se extiende por todo su territorio, bastante ´indefensa´ y desnortada. El estado de sitio no basta y las soluciones xenófobas propuestas por la extrema derecha provocarían daños mayores.

¿Qué hacer entonces? Por de pronto, actuar urgentemente en tres frentes. Primero, revisando nuestra política internacional, tan errante y nefasta en los conflictos económicos y religiosos que asolan Oriente Próximo. Nuestro país, sin ir más lejos, es el tercero en el mundo que más armas vende a Arabia Saudí, un régimen sospechoso, junto a otras monarquías del golfo, de financiar el fascismo islámico. Segundo, mejorando la integración de las comunidades musulmanes en Europa. Y tercero, luchando sin cuartel contra el radicalismo y la barbarie.

Frente a este nuevo terrorismo diabólico que ha teñido de sangre Las Ramblas y amenaza con seguir ensangrentando Europa, sólo cabe resistir y combatirlo sin perder nuestros valores. La estrategia de los asesinos debe chocar contra el muro infranqueable de la democracia y los derechos humanos. Hay un lema que expresa como ningún otro la determinación de defender una posición contra el enemigo. Lo utilizó el general Nivelle en la Primera Guerra Mundial, y luego en España se convirtió en un grito internacional antifascista: «¡No pasarán!». Pues eso.

Que no pase el fascismo islámico cargado de odio, ni ningún otro, por mucho que lo intenten.