Las modas suelen representar avances, pasos adelante, muchas veces atrevidos. Se supone que una cosa, algo, alguien se pone de moda porque tiene alguna ventaja, porque es algo bonito, porque cae en gracia. Normalmente algo negativo no se pone de moda. Generalizar pérdidas no lo quiere nadie, promover lo feo parece un disparate que pocos seguirían, las desgracias solamente interesan a los morbosos. Las modas han de tener atractivo para la gente, para la mayoría, para personal de toda clase. Novedoso que aporte beneficio. Pero no siempre es así.

Por ejemplo: la moda de los tatuajes. La perfección clásica decía que el cuerpo humano era en si el sumun de la belleza. Y más si reflejaba sus músculos. A lo largo de los tiempos ese cuerpo fue adornado con ornamentos, colores o aderezos. Pero casi siempre se respetó el cuerpo. Al menos mayoritariamente. Solamente grupos marginales intentaban modificar su piel, notificar en ella un deseo, anunciar algún gusto particular, una pertenencia, una ideología, una filiación. Por eso los más proclives a plasmar en su cuerpo alguna de estas cosas solían ser los soldados en la antigüedad, cierto tipo de profesionales y enamorados ultrarrománticos. Por último, soñadores y muchos presidiarios para significarse. Vamos, hasta pocos años atrás se presumía de que solo presos y legionarios marcaban su cuerpo con tatuajes. Pero la moda de tatuarse el cuerpo ha alcanzado a todas las clases, al menos en las etnias de piel clara.

Por ejemplo: la moda de los piercings. Eran los adornos que distinguían a los pertenecientes a una tribu, los de las culturas antiguas, elementos que marcaban libertad o pertenencia. Se los ponían a muchos animales para sujetarlos, amarrarlos, para que no se escaparan. En la nariz, orejas, patas, alguna zona corporal que doliese al intentar evadirse o resistirse. En definitiva, era un signo de esclavitud o sumisión. Hoy un piercing es un adorno, un símbolo de ¿personalidad? Pero creo que no puede demostrar más que un retroceso, una agresión corporal y no una libertad personal. En un tiempo en que comenzaban a desaparecer los pendientes femeninos, para muchas mujeres, símbolo de antigua dependencia, surge la moda de la arandela en la nariz, un labio, una ceja, el ombligo y hasta en la vulva. Rara y sospechosa ¿no?

Por ejemplo: los vídeos de abusos sexuales o de palizas realizados para enseñar en redes sociales. Constituyen la mayor aberración, un significativo salto atrás ético y estético que nos lleva a la irracionalidad. Machismo y abuso de poder punibles.

Por ejemplo: las despedidas de solteros. Si antes significaba celebrar la broma de recordarle a alguien el abandono de la libertad individual, el atarse a otra voluntad, hoy estas galas representan todo lo contrario. Son el colmo del borreguismo, la falsa ceremonia de señalarle que perdía su independencia cuando quienes lo/a despiden se uniforman en atuendo, asisten a cortejos y espectáculos casi vejatorios y la mayor gracia del evento es terminar todos borrachos y con resaca para tres días.

Podríamos recurrir a más ejemplos, a ritos y costumbres tergiversadas, modas que demuestran desconocimiento o falta de cultura, de ética, de estética. Un increíble deterioro humano. Cuatro ejemplos que además de revelar un claro retroceso son dañinos para ese cuerpo que quieren enseñar. Ya que tanto tatuarse como colgarse un piercing o las agresiones sexuales o corporales conllevan conflicto con donaciones, resonancias, cirugías, contagios, presumibles accesos a infecciones.

Pero sobre todo, son signos de dependencia, de falta de belleza, de intolerancia, machismo, irracionalidad, brutalidad, de la necesidad de ornamento para disimular defectos.