El viernes pasado se cumplieron 81 años desde el asesinato de Lorca, que tantos años después sigue encarnando, desde una cuneta anónima, los valores de ese otro país posible -elidido, pero no borrado- que algunos identificamos con el ideal republicano. Son famosas las palabras que le dedicó al crimen otro poeta, Gabriel Celaya: «Federico se reía. Creía que aquello no era más que una travesura de niños. No veía nada detrás. Se reía como de una buena broma. Pero esa risa, esa confianza en que el hombre es siempre humano, ese creer que un amigo, fascista o no, es un amigo, le costó la muerte. Porque fueron unos amigos, amigos que él contaba entre sus mejores, quienes en el último momento resultaron ser ante todo y sobre todo fascistas». Cómo se parece esa incredulidad y esa esperanza al relato que dan en Balcanes sobre el comienzo de la guerra de Yugoslavia, el estupor de ver a un amigo, un vecino o un familiar súbitamente enrolado en la milicia, armado hasta los dientes, deteniéndote de madrugada con una expresión que nunca le habías visto. Una sombra súbita desciende sobre los espacios de convivencia, llevándose toda tolerancia, toda luz.

Es la historia más espantosa que nos dejó el siglo XX: el fascismo, su coágulo de odio étnico, puede infartar el corazón del país más feliz si no se lo detiene a tiempo. Ese infarto, nuestra súbita transformación en una nación violenta y racista, es el principal objetivo de los miserables que orquestaron y ejecutaron los atentados del pasado jueves en Cataluña.

Imposible no ver en la ola de xenofobia, manipulación y falsedad que ha inundado estos días nuestra vida pública de odio hacia musulmanes y catalanes la antesala de esa zona de sombra, la bandera sangrienta que - no lo dudéis- algún caudillo siniestro ya estará planeando enarbolar. Son whatsapps erizados de bulos, comentarios desaforados de boca de personas que creíamos sensatas, columnistas cruzados, bilis hecha frase, pureza distópica, horror.

En muchas de estas soflamas aparece, qué curioso, la poesía. «Esto no se va a solucionar con flores y poemas», suelen decir. Hacia una sociedad sin música tratan de arrastrarnos. Y necesitan nuestro silencio. Voy a ser muy claro entonces, pequeños fascistillas que habéis surgido al calor de la pena de las Ramblas y tenéis whatsapps para todo el mundo: No contéis conmigo, para la mierda ésa del silencio.