Lo de la renta básica universal es todo menos un concepto novedoso. Nixon estuvo a punto de anunciarla públicamente después de que más de 1.500 economistas, algunos de ellos con muy conocidos como Galbraith o Samuelson, publicaran un manifiesto defendiéndola en la primera página del Times. Hablamos de 1968. La decisión de Nixon, ya tomada, fue doblegada por un papel elaborado por Martin Anderson, un asesor de ideología libertaria. El documento en cuestión se refería a una experiencia de renta básica universal puesta en marcha en un pequeño pueblo de Inglaterra, llamado Speenhamland, que acabó como el rosario del aurora cuando una masa de famélicos agricultores la reivindicó para ellos por las bravas después de sufrir las consecuencias de una desastrosa cosecha. Hablamos de 1800.

Aunque sea ponerse la venda antes que sufrir la herida, el establecimiento de una Renta Básica Universal se propone ahora como forma de prevenir la masiva pérdida de puestos de trabajo que se nos avecina con la automatización de múltiples tareas que de momento desarrollan seres humanos. Es lo que los gurús vaticinan como ´el fin del trabajo´. El que se haya vaticinado tantas veces esto mismo a cuenta de la automatización en los sectores agrarios o industrial no parece suficientemente disuasorio para estos gurús.

De cualquier forma, todos los experimentos que se han llevado a cabo demuestran, al menos a la escala realizada, que una renta básica no disuade a sus perceptores de trabajar. Si acaso, elimina la urgencia de encontrar cualquier empleo para sobrevivir y facilita un planteamiento más ambicioso y personal a la hora de dedicar el tiempo disponible. Sería un desarrollo coherente y complementario con la desaparición masiva de empleos rutinarios o degradantes. Personalmente creo que la Renta Básica Universal es una extensión lógica del Estado de Bienestar, donde la sanidad, la educación y la jubilación son ya básicamente prestadas por defecto por parte del Estado a todos los ciudadanos.