Juana Rivas, la madre granadina que permanece escondida desde hace semanas junto a sus hijos, no está en mi casa ni tampoco podrá permanecer durante mucho tiempo en ningún otro hogar, porque se le acaba el plazo para encontrar una salida serena como Dédalo del laberinto en el que se ha enredado.

Estoy de acuerdo en que la Justicia no es justa, que en ocasiones no merece siquiera una mayúscula y que no es igual para todos, pero Dura lex sed lex, instituyó el Derecho Romano: Dura es la ley pero es la ley. Es lo que hay, Juana.

Aunque no nos convenza y no queramos aceptarlas, nuestras normas son el marco que establece pautas de convivencia y de respeto. No estando conformes con ellas, existen mecanismos para recurrir las sentencias, aunque tengo para mí que el mejor juez es, sin dudarlo, el paso del tiempo.

Juana debería valorar si el bien que intenta proteger son sus hijos o ella misma. El discurrir de los días pone a cada cual en su lugar, también a los jueces y a las sentencias que se dictan sin suficientes elementos para valorar cada caso, pero hoy por hoy, los niños son la diana de una tensión innecesaria.

En su huida hacia adelante habrá de considerar que en pocos días los pequeños deberán estar escolarizados en un entorno normalizado y que acatar los dictámenes de una Justicia que hace tabla rasa del dolor, del miedo y del maltrato no perdurará siempre.

Apartar a los pequeños de este circo mediático, en el que unos y otros manteamos un pelele, es la única solución para protegerles del daño que pueden sufrir. Si eligió mal marido y mal padre, es el que sus hijos tienen y no puede impedir que se ejerza el derecho de que contacten con él. Teniendo tantos argumentos para justificarse, Juana no tiene razón.