Pensar que el terrorismo es una estrategia de perdedores, una simple expresión de odio irracional condenada al fracaso y sin ninguna posibilidad de éxito es cometer un doble error: el primero y más grave es el de despreciar a nuestro enemigo, y el segundo es el de desconocer las lecciones de la historia.

Porque si alguien inventó el terrorismo moderno no fueron los islamistas sino los sionistas, con el fin de doblegar la voluntad británica como país ocupante de Palestina tras la Segunda Guerra Mundial y alcanzar así el ansiado estatus de nación para Israel. Ahí está el atentado fundacional del Hotel Rey David, que causó 92 muertos, principalmente personal británico. Y consiguieron su objetivo, vaya si lo consiguieron.

El terrorismo surge cuando existe una clara asimetría entre dos fuerzas beligerantes. El terror es la estrategia de la parte más débil, y sus objetivos no son tan evidentes como a primera vista parece. Por lo pronto, aterrorizar al ´enemigo´ es lo de menos, ya que el ´enemigo´ se sabe más fuerte y no tiene dudas sobre su capacidad frente a una panda de terroristas aparentemente descerebrados.

Por el contrario, el objetivo principal de los actos de terror es crear una sobrerreacción en la población del bando contrario que acabe generando, por la desproporción de la respuesta, muchos más adeptos a la causa de los terroristas. Y no es un ejercicio melancólico. Lo hemos visto en Francia, donde el Frente Nacional ha estado en un tris de ganar las presidenciales, lo que hubiera avivado sin duda el sentido de persecución y victimización de millones de musulmanes franceses.

Esa sobrerreacción, muy comprensible por otra parte, es lo que les aporta nuevos militantes, simpatizantes y, sobre todo, dinero para la causa terrorista. No nos equivoquemos: Los terroristas son sin duda unos cabrones violentos y desalmados, pero de estúpidos y locos tienen lo justo.