La pasada semana me sometí a unos análisis clínicos para los que tuve que prepararme a fondo durante días. Después de cinco años sin control, de excesos, de regirme por la Santísima Trinidad (cerveza, cerdo y marisco) estaba asustado a la espera de los resultados. Cuando me senté ante la doctora, cerré los ojos en espera del veredicto y€ ¡nada de colesterol, nada de azúcar, nada de ácido úrico€! Un análisis para enmarcar (je, je, je; ha hecho efecto mi preparación). La doctora me felicitó e, incluso, la noté con ganas de abrir la puerta de la consulta, salir y leerles mis extraordinarios resultados a los pacientes que esperaban fuera. Por un momento hasta fantaseé con toda la sala de espera en pie y aplaudiendo mi análisis€ Todo hubiese sido perfecto si no hubiera aparecido un oscuro nubarrón en mi historial médico: una intervención quirúrgica. Me tiene que extirpar la vesícula. Ufff. No sé por qué pero yo asociaba los problemas de vesícula con las dolencias propias de las viejas€ Y mira por dónde.