Vamos perdiendo. Estamos en guerra y vamos perdiendo. Las palabras bonitas y los grandes discursos parecen cada vez más frases recogidas en un manual sobre cómo reaccionar ante la barbarie. Los mensajes y los gestos de solidaridad, siempre necesarios, nos hacen humanos, pero empiezan a formar parte de una rutina macabra cada vez más repetitiva. No quiero desanimar a nadie, pero creo que vamos perdiendo. Y no puedo evitar ser pesimista cuando veo las imágenes de los cuerpos inmóviles, inertes, tirados en el suelo y no sé si son de Barcelona, París, Londres o de cualquier otro rincón del mundo donde estos asesinos han dejado su huella con sangre, con muerte, con terror. Porque sí, sí tenemos miedo. Porque vamos perdiendo. Y porque, por más que nos empeñamos en tratar de frenar esta masacre global, nos preguntamos más dónde será el siguiente que cuándo terminaremos con ellos.

Los atentados de Cataluña me han traído a la memoria unos incidentes que se produjeron en Cartagena a mediados del año 2010. He acudido a la hemeroteca para refrescar mi memoria. El imán de la comunidad islámica del casco antiguo y las prostitutas que buscaban a sus clientes en la calle Beatas protagonizaron un enfrentamiento del que se hicieron eco los medios nacionales. Las mujeres y el líder musulmán se acusaban mutuamente de insultos, amenazas y hasta de agresiones. Las prostitutas recriminaban al imán que estableciera una especie de estado de sitio en la zona e intimidara a la gente que pasaba por la calle. El dirigente de la comunidad islámica lo negaba y sostenía que sólo pretendía sumarse a las quejas de algunos vecinos por la presencia de estas señoras. La disputa llegó a dirimirse en los tribunales, donde no hubo culpables, donde nadie se impuso a nadie. En plena polémica, el entonces presidente de la Federación de Islamistas de la Región de Murcia (FIRM), que ya en 2010 integraba a 32 comunidades, lanzó un mensaje en el que, por un lado, subrayaba que su discurso era de integración y de paz y, por otro, sentenciaba que nada tenían que ver con los radicalismos, porque los radicales «tienen nombres y apellidos», dijo.

Nada tienen que ver estos incidentes ocurridos hace siete años en el casco antiguo de Cartagena con ningún atentado, ni siquiera se acercan. Y la rabia e indignación que nos despiertan los recientes atentados no me van a conducir al error de generalizar y meter a todos los musulmanes en el mismo saco de la violencia. Sin embargo, sí me llevan a plantearme varias reflexiones.

La primera es dónde está la integración de la que tanto se habla. Porque no basta con predicarla, hay que practicarla, adaptándose a las costumbres y cultura predominantes en la región en la que uno se establece. ¿Acaso hay integración en la zona del casco antiguo de la que hemos hablado? Les invito a pasear al otro lado de la Serreta y comprobarán que los sonidos y las imágenes que verán se asemejan más a las estampas de un barrio musulmán que a las de una ciudad europea. ¿De verdad hay integración? ¿De verdad intentan integrarse? Me encantaría responder que sí y deberíamos esforzarnos en que así sea.

La segunda reflexión que planteo es que si los radicales musulmanes tienen nombres y apellidos y los demás musulmanes los saben, deben ofrecérselos inmediatamente a la policía. Y también deben sumarse con total claridad y sin paliativos a las concentraciones y protestas contra el terrorismo islámico. No vi a ningún musulmán en primera línea en la concentración que se celebró en la plaza Cataluña que presidieron el rey don Felipe, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. Y en la protesta que a esa misma hora tenía lugar a las puertas del ayuntamiento de Murcia, la televisión regional entrevistaba al obispo de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, pero ni rastro de ningún líder islámico en la Región, al menos no se le vio ante las cámaras. Por último, me pregunto qué hubiera sido de las prostitutas de la calle Beatas en cualquiera de los países de mayoría musulmana en los que se fusionan leyes y Corán. Dejo que se respondan ustedes mismos. De verdad creo que vamos perdiendo, pero también que no está todo perdido. Nuestra primera victoria es superar tanta tragedia y tanto golpe, porque la vida sigue y podemos vivirla con miedo, pero sin cambiar nuestros planes ni nuestras costumbres.

Pero, sobre todo, ganaremos si abandonamos esa tibieza con quienes sabemos que son un riesgo para nosotros, si somos más contundentes con aquellos que nos provocan con mensajes ambiguos, con quienes insinúan que hay que acabar con nuestra sociedad occidental, con quienes se esconden en inexplicables e incomprensibles excusas para evitar una condena expresa y explícita contra la violencia, con quienes arremeten contra nuestras raíces católicas, pero no dudan en llamar a los musulmanes nuestros hermanos.

Aunque a veces buscamos al enemigo fuera, en realidad, nosotros somos parte de él, con nuestra malentendida tolerancia, con nuestro uso de eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre, con nuestro hacer la vista gorda ante lo que suponen amenazas evidentes. Es una barbaridad afirmar que todos los musulmanes son unos asesinos. De hecho, una abrumadora mayoría de las víctimas de los yihadistas son musulmanes. Sin embargo, no es menos cierto que el Islam gana terreno en Europa y a nuestra cultura occidental y en nuestra mano está allanarle el camino o controlar que no nos impongan las normas que imperan en sus países de origen.

La escritora Graziella Moreno, que participará en el certamen de novela negra que se celebra en Cartagena a principios de septiembre, dijo hace unos días en una entrevista: «El ser humano es una gran paleta de grises, nadie es enteramente malo ni bueno». Puede que sea verdad que todos tenemos nuestras luces y sombras, nuestros claroscuros, pero aunque haya quien se maneje con medias tintas y pretenda distorsionar la realidad, la mayoría de las veces las cosas son simplemente blancas o negras.

No pretendo generar odios ni polémicas. Ni siquiera siento que los occidentales seamos superiores, solamente manifiesto con claridad que prefiero seguir viviendo en una civilización en la que el mensaje principal de la doctrina sobre la que se sustenta es amar al prójimo como a uno mismo, incluidos los musulmanes. Porque vamos perdiendo, pero esa será nuestra victoria. Que sepan que por más bombas que nos pongan, por más carreras kamikazes que nos dejen un rastro de horror, viviremos con miedo, pero nunca responderemos a la barbarie como bárbaros, nunca actuaremos como ellos. Nunca seremos terroristas. Nunca seremos ellos. Nuestra victoria no es la guerra, por muy santa que pueda ser. Nuestra victoria es la paz.