Viajamos buscando cosas bellas, les hacemos fotos, y las observamos. Pagamos por entrar a museos lejanos, sin saber muy bien qué carajo albergan. Y decimos: «Qué bonito». Reducimos el arte a un souvenir. Volvemos a nuestra casa tras las vacaciones y pasamos por la puerta de nuestros museos sin darnos cuenta de que están ahí, muchas veces vacíos, por nuestra culpa. Sin saber que visitarlos, sin ser turistas, nos enriquece, nos hace mejores. Y modula nuestra la mirada, la que sólo ve ´lo bonito´. Por eso me gusta ver que hay quien contempla el arte en ocasiones con los brazos cruzados, a la defensiva. Porque hay arte que conmueve, que hiere, que asusta. No sólo hay del bonito. Como la vida.