Sepan que hubo un tiempo feliz en que las familias no solo rezaban unidas, sino que iban a la playa en comandita y allí montaban el chambáo con cuatro puntales y unas mantas o lonas, y allí vivaqueaban durante horas e incluso días. Allí colocaban la mesa plegable de railite y las sillas de tijera, y allí celebraban sus banquetes de conejo al ajo cabañil, pollo frito con tomate, tortillas y ensaladas murcianas, viandas traídas en repletas fiambreras de aluminio, rematados con el sacrificio del orondo melón de agua -al que algunos llamaban sandía-, la sangre de cuyas rojas tajadas chorreaba incontenible por mofletes, barbas, cuellos y pecheras.

Les diré también que el convite y la tertulia familiar finalizaba con las mujeres enjuagando la vajilla y la cubertería en el mar, así como los pañales del nene -llamado ahora bebé-, a los que las aguas quitaban al menos lo más gordo. Y luego, todos a refrescarse chapoteando en la mar, aunque la mayoría se quedaban un instante de pie, inmóviles, mientras devolvían al mar las abundantes e incontinentes aguas menores alimentadas por el melón y la clara corriente del botijo.

Pero hete aquí que aquella edad de oro, aquel edén playero que parecía no tener fin, fue decayendo hasta devenir en la actual edad de hierro en que acudimos a la playa cargados de hamacas, sombrillas y demás parafernalia portátil, por un tiempo tasado, sin apenas suministros alimentarios, y siempre asediados por bandos y edictos municipales que no permiten llevarnos al perro -ahora llamado mascota-, ni tirar colillas o quedarnos a pelo. Pero, sobre todo, la prohibición injusta e inmisericorde, fundada en meras sospechas, de mear en el agua, cuando este era uno de los placeres más recónditos y reconfortantes del bañista despreocupado y feliz.

No dejamos de imaginar el imposible protocolo que las autoridades aplicarán para coger in fraganti al infractor o recopilar los pertinentes testimonios y pruebas: si utilizarán brigadas de buzos que certifiquen in situ la comisión del delito, si le insertarán al presunto un microchip en la entrepierna dotado de GPS para situarlo inequívocamente en el lugar de autos, si obligarán a los bañistas a beber agua colorada que denuncie inequívocamente sus micciones€ Y entonces, encogidos y asustados, decidimos no bajar nunca a la playa y vegetar en el sofá sofritos por los calores del estío, pensando que, al fin y al cabo, mear sentados en nuestro baño, aunque incómodo y humillante, nos resultará menos arriesgado y más barato.