La necesidad de que las mociones de censura sean constructivas encierra una enorme sabiduría política. Porque si fuera tan solo cuestión de derribar a un primer ministro sin necesidad de proponer otro alternativo, los grupos de oposición se pondrían de acuerdo la mayor parte de las veces. ¿Y después qué? Es más fácil ponerse de acuerdo para derribar que para construir.

El referéndum para la salida del Reino Unido de la Unión Europea fue muy parecido a una moción de censura destructiva: gente con objetivos contrapuestos se unió para votar a favor de la salida. Estaban los que querían recuperar la independencia perdida para cerrar las fronteras a la competencia externa. Y estaban los que votaron a favor de la salida de la Unión Europea para poder liberalizar aún más los mercados, frente a los corsés impuestos por los burócratas de Bruselas.

Ahora las diferentes opciones no se acaban de poner de acuerdo en cómo afrontar la estrategia de negociación y, en última instancia, los objetivos que pretenden con la salida. Las tres posiciones básicas son: Brexit duro, Brexit de mentirijilla y la posición intermedia. Esta semana, los gobernantes británicos han intentado ponerse de acuerdo entre sí planteando una propuesta que se acerca, como era de esperar, a la posición intermedia. El problema es que ponerse de acuerdo entre ellos no es suficiente.

Los británicos siguen tomándose todo lo relativo a la Unión Europea con un nivel de autismo y soberbia sorprendentes. Como si lo único que importara aquí es lo que ellos pretenden. Lamentablemente para estos estirados isleños, el asunto consiste en una negociación, una negociación en la que, además, ellos llevan todas las de perder al ser los más pequeños y encima los que han dado previamente una patada en el culo a los que se sientan enfrente.