En tipo en chándal corre por el Putney Bridge, ubicado en un barrio de viviendas caras y gente rica, lo que en Londres casi siempre equivale a traders o brokers de la City. Una mujer camina tranquilamente en dirección contraria. Al llegar a la altura del corredor, este, en lugar de apartarse, la empuja como si fuera un saco de patatas haciendo que casi quede bajo las ruedas de un autobús que pasa en ese momento. La mujer espera pacientemente durante quince minutos a que el fulano vuelva por la acera contraria, y le increpa sin más consecuencias. El incidente inicial lo hemos visto grabado por una cámara de vigilancia callejera. Muchas reflexiones se pueden hacer a partir de esta historia.

Personalmente recomiendo ver el vídeo para comprobar hasta qué punto hay hijos de puta sueltos por la calle. Pero esta historia también evidencia hasta qué punto estamos rodeados de cámaras de vídeo, públicas y privadas, que permiten que seamos vistos, que nos graben y que, cada vez de forma más eficaz (aunque no completa por el momento, como demuestra la historia del corredor el Putney Bridge) permiten que seamos reconocidos. En Reino Unido hay una cámara por cada 11 habitantes. Es prácticamente imposible ir por la calle y no ser grabado.

Pueden estar colocadas en un semáforo en la vía pública o en un establecimiento privado. A estas cámaras se empiezan a sumar las grabaciones de los drones que sobrevuelan los espacios públicos y las cámaras que pronto llevará encima el personal sanitario y la policía. Ni siquiera Orwell habría imaginado el nivel de vigilancia al que estamos sometidos. Afortunadamente vivimos en democracias, en las que toda esa información no puede ser utilizada en nuestra contra automáticamente. La pesadilla es imaginarse toda esa capacidad en manos de un estado totalitario.