Anunciado así, parece la delantera del Paris Sant Germain, pero afortunadamente para los que creemos en el liberalismo político, estos tres nombres representan la mejor esperanza de que el futuro del planeta no estará solo determinado por autarcas como Putin, Maduro, Xin Jinping o Kim Jong-Un, o supremacistas blancos como Trump.

Trudeau, hijo del que fuera primer ministro canadiense en los setenta, ganó contundentemente las elecciones canadienses hace un par de años.

Con él, al frente del Partido Liberal Canadiense, llegó la esperanza de una agenda comprometida con la defensa de los derechos individuales (legalización controlada del consumo y comercio de drogas y derecho a una muerte voluntaria incluidos), la defensa del medio ambiente, la actitud de acogida frente a la inmigración y la multiculturalidad y la apertura al libre juego de los mercados, tanto a nivel local como global. Su imagen refrescante y su pasión por la ciencia y la tecnología le dotan de un atractivo personal difícilmente comparable con otros líderes políticos de la escena internacional.

Este año también hemos asistido al encumbramiento de otro político de ideología liberal progresista, Emmanuel Macron, que, contra todo pronóstico, se impuso en las elecciones presidenciales francesas y arrasó en las elecciones a la Asamblea. Macron ha ganado con un programa que incluye nada más y nada menos que una reforma laboral al estilo de la realizada en España, o la que a principios de siglo cambió los términos del contrato social en Alemania impulsada, curiosamente, por un canciller socialista.

Para completar las buenas noticias, ayer supimos que Macri se confirma como vencedor en las elecciones locales argentinas, una muestra más de que los populismos y las dictaduras no son una fuerza de la naturaleza destinada a prevalecer. Las políticas liberales producen perdedores a corto plazo, a los que es imprescindible apoyar, pero son la única vía para una sociedad más rica, más dinámica y más equilibrada a medio y largo plazo.