Al esparto lo hemos relegado en su tierra, el Sureste semiárido y africano, a objeto de nostalgia y veneración, de tertulia afectiva y afectuosa. Y como nos mostramos solemnemente incapaces de hacerle justicia, nos hemos conformado, fatalmente, con dotarlo de museos, o con la reivindicación de más museos para que permanezca lo que deploramos que se haya perdido. Añadimos estos recintos, en consecuencia, a la larga lista de lugares que bien pudiéramos llamar del crimen, que se añaden a la nutrida e interminable lista de museos sobre las incesantes canalladas que hemos cometido, o consentido, desde que España empezó a desarrollarse. Museos de la minería, de la pesca, del campo, del ferrocarril, de los tranvías y trolebuses, de instrumentos musicales, de la seda, el cáñamo, el lino€

La museización (como ahora se califica a la ingente labor de cristalizar recuerdos en estancias, estantes y vitrinas visitables) del esparto, en concreto, busca entre lamentos que permanezca el recuerdo, de forma palpitante mientras vivan sus trabajadores y contemporáneos, y de forma fosilizada cuando el recuerdo sea puro, sin enganches con la realidad personal o material. Y esto concita esfuerzos enormes de héroes del recuerdo que dedican esfuerzo, tiempo e ilusiones sin cuento a dignificar su muerte; una muerte que no ha tenido nada de natural, que ha sido un asesinato en toda regla: premeditado, con luces y taquígrafos y, por supuesto, impune (Es el ecologista Barry Commoner el que negó que los trolebuses eléctricos de Los Ángeles murieran, sin más, ante la implacable marcha de la civilización, sino que fueron asesinados y por General Motors, que pudo imponer sus autobuses de petróleo.)

En el marco de un encuentro nacional sobre la cultura del esparto, celebrado recientemente en Águilas he aprovechado para reflexionar sobre el esparto, cosa que tenía pendiente porque a mí me alcanzan muchos y muy próximos recuerdos de esta actividad, en especial cómo en el paso de los años 1950 a 60 ardieron las últimas ´fábricas de esparto´ de Águilas, concretamente las de la playa de Levante (seguramente porque, ante la ruina económica que ya significaban, se optó por pegarlas fuego y cobrar, al menos, el seguro concertado).

En ese encuentro sobre el esparto se evidenció el enfoque pobretón y lastimero que se aplica a este asunto, sobre todo porque no se tuvo para nada en cuenta el entorno ambiental, económico e histórico de nuestra heroica fibra: la crisis ecológica, el cambio climático y el horizonte de escaseces, prohibiciones y maldiciones que se nos echa encima nos debiera estimular a revivirlo, a recuperar su funcionalidad, a darle un papel sensible en un futuro en el que, necesariamente, hay que restringir el uso del petróleo y sus productos derivados; lo que es justo porque, siguiendo a Commoner, el esparto no murió víctima del progreso sino que fue asesinado, y por el petróleo.

Especialmente fecunda para mi análisis fue una ponencia en la que un técnico virtuoso, esforzado e ingenioso, mostró su aportación a la supervivencia del esparto, e incluso a su posible esplendor, exhibiendo una plancha mixta, elaborada con polipropileno y esparto y especialmente diseñada para la industria automovilística por su resistencia y flexibilidad ante el choque. Y me dije: «Este inteligente emprendedor no ha entendido nada».

Porque, por una parte, de lo que se trata es de eliminar, supliéndolas o no, las aplicaciones que sean posibles en el uso del petróleo y sus derivados; y en segundo lugar porque ´mixtificando´ el esparto con el polipropileno (digamos, uno de sus ´enemigos mortales´), uno de los efectos que se consigue es convertir una fibra ecológicamente inocua en producto contaminante, al unir su destino al del derivado petrolífero€ (Habría que añadir más consideraciones, y preguntarle al inventor si de verdad cree que la industria y el entramado automovilísticos tienen interés en reducir el efecto del impacto en los coches, o más bien se lucra con los destrozos y el negocio del seguro€ pero esto se sale, es verdad, del análisis objetivo.) Muy curioso resultó que el autor de la plancha salvífica, que se quejaba de que los fabricantes de coches no le hacían caso, contara -contestando a la quisquillosa pregunta de un asistente- que los chinos sí se habían interesado y que incluso podrían necesitar, se supone que para sus insaciables y futuras necesidades, cinco millones de toneladas anuales de esparto, mucho más de lo que nunca pudo producir la España espartífera; en este caso los chinos exigirían miles de hectáreas de plantación, puede que con regadío forzado y, con seguridad, una recogida y un proceso automatizado y robotizado€

Lo que más me alarmó del disparatado cariz que tomó el asunto fue que el público no pidiera, amable y unánimemente al esforzado ponente que cesara en su exposición, por favor, y reciclara su mente con urgencia. Fallaba, ya digo, una filosofía de conjunto, conceptos ajustados, la idea sobre el sentido de la crisis que nos amenaza.

En varios momentos surgió el asunto de la financiación de proyectos sobre el esparto, en pro de su supervivencia útil, activa y social. Pero sólo quedó claro que las distintas administraciones no entienden que deban ir más allá de subvencionar unas jornadas añorantes o ayudar a un museo en apuros€ No intervine por no alterar el plácido ambiente de fatalismo y conformidad con el destino, pero fue lo de la financiación lo que con más claridad se me apareció, asaltándome un razonamiento de lógica aplastante: la financiación en nuestra Región de la recuperación decidida del esparto la deben hacer sus asesinos históricos y universales (o ´morales´, vaya), que en nuestro caso representa Repsol. Si el petróleo es el principal culpable del cambio climático y la supervivencia de las sociedades humanas depende de la regresión masiva y urgente de éste, todas las estrategias de reducción de consumos y de su sustitución debieran cargarse al mismo. En nuestro caso esto debe articularse con acuerdos voluntarios, pero estratégicos y ambiciosos, de recuperación del esparto; y en caso de rebeldía, con un contundente impuesto finalista (al que se opondrá Hacienda, por descontado, pero que los petroleros no podrán eludir por mucho tiempo).