Me gustan los paisajes abiertos. Frente a la belleza de la selva intrincada, donde los árboles no te dejan ver el bosque, prefiero la inmensidad de los espartizales. Esos montes y llanuras donde crece de forma natural la atocha y la vista se pierde en el horizonte. Me gusta nuestro ´Campus espartarius´. Esa enorme extensión de tierra dedicada exclusivamente en la época de los romanos al cultivo y explotación del esparto, que en parte aún se conserva y va desde la costa cartagenera hasta el interior de la meseta albaceteña, y desde el golfo de Santa Pola hasta el bajo Almanzora, en Almería.

He crecido en Cieza, tierra de contrastes, entre frondosas huertas regadas por el río y extensos mares de esparto apenas humedecidos por las lluvias. Donde convive el verde intenso de los frutales con el ocre-grisáceo de secanos y paisajes esteparios de la Murcia árida. Allí donde un día crecieron a la par la agricultura y la industria del esparto. Dos fuentes de riqueza que han sido el motor económico de esta tierra.

La agricultura sigue en pie, con sus dificultades, pero sigue en pie. La industria del esparto, en cambio, que daba de comer a más de la mitad de la población, fue prácticamente aniquilada por el plástico en los años 60. Y así, casi de la noche a la mañana, miles de ciezanos y ciezanas se quedaron sin trabajo, abocados en su mayor parte a la emigración. De aquellas manufacturas apenas si queda hoy algún vestigio residual, aunque su memoria sigue viva en el Museo del Esparto de Cieza y empiezan a surgir iniciativas de futuro esperanzadoras para esta fibra.

Y lo que queda, sobre todo, son esos hermosos mares de atochas, esa planta ´tenacísima´, resistente como pocas a la sequía. Quedan los espartizales de la estepa íbera, sin duda los grandes olvidados de los paisajes singulares españoles, cuyo valor ambiental y cultural va a resultar de enorme interés en la lucha contra los preocupantes cambios climáticos que el planeta acusa actualmente.

Hubo ocasión de reivindicar ese ´tesoro´ tan nuestro en el II Encuentro Nacional sobre la Cultura del Esparto que se celebró el pasado domingo en Águilas. Hubo ocasión de lanzar un nuevo grito de alarma porque la imparable caída en la demanda de esta fibra está poniendo en peligro tanto la cultura como los ecosistemas a los que se asocia. «Nuestros paisajes -avisó Pascal Janin- se están fosilizando porque al día de hoy quedan muy pocas manos para cuidar los espartizales».

Preocupada por este estado de cosas, la Administración, en el marco de un Plan Nacional de Salvaguarda de esta planta, ha iniciado la realización de un estudio sobre la producción y la transformación del esparto en España, para establecer unas estrategias de salvaguarda que hagan viable el importante patrimonio cultural que representa el sector en su conjunto. Y está en marcha la elaboración de una candidatura conjunta entre Marruecos y España para la declaración de los oficios artesanales ligados a la cultura del esparto como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Las devastadoras consecuencias del cambio climático, con una merma significativa de las precipitaciones, acechan especialmente a nuestra tierra. En la mediterránea Argelia, ya han saltado todas las alarmas. Según la revista Science of the Total Environment, la estepa de esparto está en peligro de desertificación. A la falta de agua y al aumento de las temperatura se unen las malas prácticas humanas, que han contribuido a la degradación del suelo.

Urge conservar esos campos de esparto que desde época romana el hombre ayudó a crear directa o indirectamente. Los que fueron «la riqueza de los terrenos áridos de Hispania», en boca de Solino, pueden ser en un futuro inmediato la mejor barrera contra la desertificación a que nos condena el imparable cambio climático.