Con la simpleza argumental que le caracteriza, nuestro presidente del Gobierno ha intervenido en la polémica abierta en la sociedad - y no sólo la nuestra- en torno al turismo de masas.

«Tenemos que mimar a los turistas y no tratarlos a patadas, a golpes», ha sentenciado el Mariano Rajoy con ese sentido común tan suyo, con el que parece solucionar todos los problemas del país, catalán incluido.

Quien critica el turismo es uno de esos «radicales que proliferan demasiado, por poco tiempo en el país», ha agregado Rajoy en frase a la que, si es que la han trascrito bien el medio del que la tomo, uno no acaba de encontrarle demasiado sentido.

Da igual: aquí lo único que importa es poder sacar pecho al final de cada temporada anunciando a bombo y platillo como durante el franquismo que se ha superado la cifra de turistas del año anterior y que con suerte habrá un nuevo récord el siguiente.

El turismo es fuente de riqueza, se argumenta con razón, aunque habría que añadir para ser justos que la misma no está, ni mucho menos, repartida por igual. Si no, que les pregunten a los camareros obligados a hacer horas extraordinarias por el mismo si no menos dinero o a esas mujeres a las que se paga una miseria por hacer las camas a destajo en los hoteles.

Se argumentará que gracias a los portales como Airbnb el dinero que traen los turistas llega a más gente, lo cual es verdad sólo en parte, porque no se tiene en cuentan los factores negativos como, por ejemplo, el impacto de la demanda turística en el coste de la vivienda de alquiler.

Vayan el señor Rajoy o sus asesores a cualquier ciudad turística como Barcelona, Málaga o Palma de Mallorca y vean lo que sucede con sus compatriotas obligados a vivir allí por razón de su trabajo.

Por ejemplo, los funcionarios - médicos, maestros u otros- desplazados, a quienes no les llega el sueldo para pagar unos alquileres que se han disparado por la ley de la oferta y la demanda.

Se habla además siempre del dinero que deja el turista en el país, pero no de su coste y no sólo en términos de carestía de la vida, sino también de contaminación.

Contaminación medioambiental y visual, acumulación de residuos, sobrecarga de las infraestructuras, desabastecimiento de agua, aumento del tráfico y del nivel de ruidos, desfiguración del paisaje: todo ello tiene un coste e impacta negativamente en la calidad de vida de los ciudadanos.

El principal argumento de los defensores del turismo mayoritariamente de masas como el nuestro es que crea esos puestos de trabajo de los que tan necesitado un país de tanto paro estructural.

Y es cierto, pero creo que a todos nos gustaría que esos puestos de trabajo que se crean no fueran tan precarios como los que dependen exclusivamente de la buena marcha de la temporada turística.

Y también que no fueran tanto para camareros o limpiadoras de hotel, oficios ciertamente dignos y necesarios, aunque mal pagados, sino para científicos, ingenieros, maestros, médicos, programadores y tantos otros profesionales, que son los que hacen en definitiva un país moderno.