Don Justo. Don Justo es bien, como su familia. Bien, como en ´bienpensante´ o en ´bien relacionado´. En materia de política, don Justo dice ´no casarse con nadie´, pero vota al PP fijo desde 1986, sin experimentos. Los problemas de los Pujol con el fisco demuestran según él el fanatismo ultranacionalista de todos los catalanes, pero si le preguntas por Gürtel se encoge de hombros y responde que en todas partes cuecen habas. Don Justo. ¿Lo visualizáis? Don Justo será hoy el personaje alegórico protagonista de ésta vuestra columna semanal favorita.

A don Justo le gusta comer -claro- bien. Se le antoja estofado en pleno agosto y su parienta se lo prepara. A continuación se toma un pacharán de más y adelanta su siesta. Tiene un sueño que rápidamente deviene pesadilla. Al principio todo parece normal, tal vez un poco más grisáceo, más decadente, pero pronto se hace patente la anomalía: el país entero parece obsesionado por Arabia Saudí. La situación de los catorce opositores condenados a muerte abre todos los informativos, los rostros de Hussein al Rabi, Abdullah al Tureif, Hussein al Mosallem, Mohamed al Naser, Mustafa al Darwish, Fadel Labbad, Said al Sakafi, Salman al Qureish, Mujtaba al Suweyket, Munir al Adam, Abdullah al Asreeh, Ahmad al Darwish, Abdulaziz al Sahwi y Ahmad al Rabi ilustran todas las portadas, junto al torvo rostro del rey Salman y una cimitarra. En los debates, los tertulianos no se achantan a la hora de llamar «dictador sanguinario» al mandatario, y algunos políticos españoles transitan la frontera del país tratando desesperadamente de reunirse con algún opositor.

No tarda don Justo en arrugar la nariz: en algunos canales sacan fotos de Felipe VI junto al dictador, en un burdo intento de salpicar a la monarquía española. La familia y los amigos le tiran una y otra vez de la lengua: Justo, ¿es que tú no condenas el saudismo? Nadie parece darse cuenta de la manipulación a gran escala. ¿A qué viene esa obsesión con Arabia ahora? ¿Acaso no hay opositores bajo arresto domiciliario en, pongamos, Venezuela? ¿Por qué no se habla apenas de eso? Ya, ya, pero y lo del rey Salman, ¿qué? ¿Lo defiendes? Ya veo qué clase de demócrata eres, papá.

Don Justo está escandalizado. Con el asunto de las decapitaciones en el punto de mira, la cultura de la transición se resiente. La integridad de nuestro jefe de estado y nuestros partidos tradicionales se ve comprometida con cada editorial hostil, con cada acusación en prime time.

Hasta las señoras del barrio, siempre tan comedidas, murmuran no sé qué de la familia real y la casta empresarial a sueldo de Arabia Saudí, entre otras lindezas.

En el sueño, don Justo empieza a encontrarse mal. Se busca la pastilla en el bolsillo de la camisa. Ese gesto, por fin, lo despierta. Empapado en sudor, claro. ¿Dónde estoy? En el sofá del salón, sí, pero ¿en qué país, en qué planeta, en qué distopía? Sufriendo un tremendo dolor de cabeza y la boca forrada de catarsis, don Justo emerge de la pesadilla sin poder sacudirse unas cuantas revelaciones estrafalarias. ¡Encarna, la pastilla! ¡Y pon la tele, rápido! Con el traguito de agua sale Maduro en la pantalla. Y ya con eso nos despedimos de don Justo, más tranquilo.