La teoría del ´hombre loco´ fue elaborada por Richard Nixon durante su primer mandato presidencial y confiada a su jefe de equipo H. R. Haldeman con la siguiente formulación: «si los soviéticos y los vietnamitas del Norte están convencidos de que estoy lo suficientemente loco para hacer cualquier cosa con el fin de ganar esta guerra, conseguiremos que se sienten a negociar». Algún tiempo después, ambas partes firmaban un acuerdo de paz. La teoría del hombre loco ha quedado como un clásico en las estrategias de negociación, y estamos asistiendo en este momento a una nueva puesta en práctica en el caso del enfrentamiento entre Estados Unidos y Corea del Norte. Aunque se les compare a menudo por otras circunstancias, Donald Trump no es ni de lejos Richard Nixon. Nixon era un mentiroso sin escrúpulos y un tramposo como Trump, pero le cabía el mundo en la cabeza, era un hombre extraordinariamente inteligente aunque atormentado y tenía una percepción de la democracia americana mucho más respetuosa con los valores fundacionales que inspiraron a los redactores de su Constitución. Mientras tanto, Trump es un patoso irresponsable, sin el más mínimo sentido del ridículo, al que lo único que le cabe en la cabeza es su horrible tupé, cardado cuidadosamente cada mañana y teñido de un amarillo anaranjado francamente vomitivo. Pero, puestos a interpretar la estrategia del hombre loco, probablemente es más creíble el personaje de Trump que el de Nixon. Sea como sea, el resultado lo hemos visto esta semana pasada, con un voto unánime en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Que China y Rusia hayan apoyado finalmente unas sanciones de este calibre, impensables hace solo unos días, tiene una única explicación plausible: se han acojonado al ver las estupideces de las que es capaz un tipo tan demencial como Donald Trump.