Dos de los titulares veraniegos de los últimos días me han llamado la atención y no por lo sorprendente de sendas noticias, sino por todo lo contrario. Las dos informaciones estaban cantadas, vamos, que se veían venir desde hacía meses. Y es que tanto bombo informativo en las cadenas de televisión, emisoras de radio y periódicos de ámbito nacional con que si el Mar Menor agoniza y otras lindezas por el estilo sobre nuestra laguna de los huevos de oro se tenían que dejar notar.

Los dos titulares sentencian que julio no llena La Manga y que al Mar Menor le cuesta arrancar. Aludían, por un lado, a que el número de alquileres ha descendido notablemente y, por otro, a que la reserva de plazas hoteleras ha caído un nada despreciable 15% en la primera quincena de ese mismo mes. Es fácil deducir que el aluvión de noticias en las semanas previas al verano algo habrá tenido que ver en este bajón. Y decir ahora, cuando todo el mundo ya se ha organizado o hasta ha disfrutado sus vacaciones, que las antes llenas de porquerías varias aguas del Mar Menor están mejor que en abril demuestra buena voluntad para frenar la debacle, pero también bastante ingenuidad, porque el mal ya está hecho. Con el Mar Menor ya no basta con limpiar y sanear sus aguas, también hay que lavar su imagen. Y eso es algo que nos va a costar tanto o más tiempo de lo que hemos tardado en dejarla por los suelos.

Esta desgracia del Mar Menor tantas veces cacareada y de la que sólo somos culpables nosotros no duele más si cabe porque, de no haberse producido, las magníficas cifras sobre el desempleo que nos ha ofrecido la EPA podrían haber sido excelentes. Y eso es algo que, tal y como está aún el patio de parados, no nos podemos permitir.

No obstante, como ya hemos superado el ecuador de 2017 y me propuse en enero, el mes de los buenos propósitos, que trataría de ver el aspecto positivo de las cosas, aplaudo que, por fin, después de tantos avisos durante lustros, parece que nos hemos tomado en serio lo de frenar la contaminación de este paraíso que nos regaló el Mediterráneo y garantizar su preservación. Así dejaremos que la laguna salada vaya poniendo los huevos de oro poco a poco, en lugar de rajarla y exprimirla hasta su muerte.

También nos duele este bajón turístico en el Mar Menor, porque los murcianos, en general, y los cartageneros, en particular, nos hemos percatado del riñón que supone para nuestra zona el constante incremento de visitantes. Hasta el punto de que nos sucede algo parecido a lo que ocurre con la selección española de fútbol. Del mismo modo que todos somos capaces de crear nuestra propia alineación ideal, todos tenemos nuestras propias propuestas para sacar más provecho al auge del turismo en nuestro municipio. Y, por supuesto, también lo somos de criticar, con nuestra peculiar bordería, las propuestas de los demás.

Sin ir más lejos, mi amigo Javi confesaba hace un par de dias que se acababa de enterar de la propuesta de habilitar como un hotel el faro de Cabo de Palos. Seguidamente, expresaba su incomprensión porque nadie haya proyectado aún la recuperación de alguna de las baterías de costa como mirador o como alojamiento turístico. Cierto que ya ha habido buenas propuestas para estos espacios militares abandonados, pero se han quedado tan solo en ideas o intenciones. Y así surgen las cosas, con ideas e intenciones que en Cartagena están lejos de agotarse.

Además, me alegra comprobar que todos nos implicamos en materia de turismo, porque sabemos lo que nos va en ello. Esta semana hemos conocido la propuesta de un colectivo para exhibir réplicas de barcos antiguos en la pequeña dársena de la cola de la ballena, a modo de museo flotante. También hemos sabido que el Ayuntamiento y la Universidad Politécnica han creado un frente común para mejorar el turismo, así como que el Gobierno local coordinará cursos para los hosteleros para modernizar el sector. Además, contamos con un nuevo tesoro, una nueva manzana del barrio del foro romano que incluye un templo dedicado a Isis.

Aún somos novatos en este competitivo mundo de los viajes, pero estoy convencido de dos cosas. La primera, que somos una gran elección que no defrauda para cualquiera que organice sus vacaciones en verano o en cualquier época del año. Y la segunda, que Cartagena es con diferencia el mejor destino de la Región. Presumamos de ello por donde vayamos, en lugar de señalar nuestros defectos. Sigamos trabajando para que cada vez sean más los ciudadanos de todo el mundo que se marchen de nuestra ciudad, «a quien los de Cartago dieron nombre», conquistados por su grandeza y su encanto.