Hay avances tecnológicos que aportan ventajas evidentes y cuyo uso, sin embargo, nunca llega a generalizarse entre los usuarios. Cuando se difundieron los primeros sistemas de vídeo domésticos, el mejor técnicamente era el Beta. Pero el que terminó siendo el sistema estándar fue el más imperfecto VHS. Los expertos dijeron que fue porque los propietarios de las patentes del VHS facilitaron su expansión mediante costes de licencia más moderados y más flexibles. El resto lo consiguió la mayor presión por vender aparatos de las marcas licenciatarias.

Lo mismo ocurre con los sistemas de videoconferencia. Los videoteléfonos son un artilugio omnipresente en cualquier película de ciencia ficción que se preciara a partir de los años cincuenta. Sin embargo, las aplicaciones de videoconferencia hoy disponibles, como Skype y muchas otras, no acaban de imponerse como la tecnología estándar de telecomunicación. Y es que no todo lo que es tecnológicamente posible, es de facto asumido por sus usuarios potenciales.

Dona Sarkar, responsable de Hololens, el proyecto de telepresencia en 3D de Microsoft, afirmaba hace poco en una entrevista: «En quince años, los humanos tendrán prohibido conducir». La razón es muy simple: el 80% de los accidentes de aviación se produce por fallos humanos, y casi el 50% de las víctimas en la carretera se producen como consecuencia de pequeñas distracciones. Si tenemos en cuenta que los despistes propios también producen daños a inocentes, debería ser una cuestión de responsabilidad social el evitar los accidentes por fallo humano. Y la mejor manera de conseguirlo será dejar que los sistemas informáticos inteligentes tomen el mando.

La gran pregunta es si este gran avance tecnológico se convertirá en la norma en un futuro más o menos cercano, o por el contrario, los temores irracionales impondrán la presencia de seres humanos al volante. Yo lo tengo claro: no quiero un simio al volante, por muy evolucionado que esté.