Trump pasó por Europa a lo del G7, y después a otras cosas, tras de haber visitado Arabia Saudí, y sentirse halagado por la jerarquía reinante. De sátrapa a sátrapa. Les vendió armas y diseños de su nena a cambio de petróleo y vista gorda? y cada cual a lo suyo. Aquí, sin embargo, mostró su rostro esquivo, su grosera prepotencia, sus gestos de desprecio, sus malos modos y pésima educación. Con los absolutistas de chilaba y alfanje se sentía cómodo y agusto, pero con los demócratas europeos no coincidió, ni congenió, ni se identificó. Angela Merkel lo dijo muy clarito después: «No se puede contar con él, no es de fiar». Igual pasó con la visita de Putin a Macron. Caras tiesas, incomodidad e incomunicación. Todo lo contrario que cuando Le Pen visitó a Putin en el Kremlin. O cuando la misma doña Marine cumplimentó a Trump en su torre. O cuando ambos dos, Trump y Putin, se encuentran y 'se acuestan'. Cordialidad y coordinación absolutas. Es el signo de los tiempos.

Lo que pasa es que estos tiempos empezaron hace más de ochenta años. Cuenta Jean Cassou en sus memorias que en junio del 35, el Congreso Internacional de Escritores en defensa de la Cultura, bajo los auspicios de aquella Internacional Socialista propiciada por André André Malraux, que luego fue una figura clave en la Guerra Civil española, la delegación soviética era otra guerra civil, pues los estalinistas habían amenazado de muerte a los trostsquistas, así que los rusos quisieron impedir que hablara Víctor Segre, uno de los represaliados por Stalin. Deja escrito el autor que «allí fue cuándo y dónde me di cuenta realmente de que los comunistas hablaban y obraban igual que los nazis».

Y dice Cassou en su libro que Malraux clausuró aquello hablando de arte y enfrentándose a las consignas impuestas por Moscú, como un rompimiento: «Estamos aquí para crear una nueva conciencia con el dolor milenario de la humanidad. Y que la cultura abra los ojos, no los cierre. Y que allí estaban para ver, no para obedecer». Estupefacción soviética ante aquella declaración de libertad y de librepensamiento. Lo estoy imaginando y es una escena trasladable perfectamente hoy para aplicársela a las fuerzas herederas históricas de aquel izquierdismo en sus discursos actuales, y soltársela a su bancada en el Congreso. Pero fue entonces cuando se pronunció aquella brillante y valiente frase, tan necesaria, y de tan perfecta y de recomendable actualidad: «La nación está en la naturaleza del fascismo, y el mundo en la nuestra».

Ahora va usted y dígale esto a la caterva de políticos enanos puñosenalto que tenemos de nacionalistas, nacionales y naciondenaciones esturreados por aquí. A ver por qué ahora van ellos y defienden todo lo contrario, lo que defendían los fachas de la época, y dicen que eso es ser de izquierdas. Que si entonces era ser del mundo, ahora es ser de cuanto pequeño, estrecho y mezquino pueda haber, además de incultos, claro. Porque antes izquierda era sinónimo de cultura, de conocimiento, de saber, de aperturismo mental? y estos de ahora denotan una ignorancia atroz cuando desconocen su propia historia, ignoran su propio origen y desprecian su propia cultura.

Y es que, en el fondo, son tan incultos y desilustrados como sus primos los cabezas rapadas. Ya lo escribió Jean Cassou en 1935, donde se constata aquello que él notaba entonces en los rusocomunistas funcionarios de entonces, y que se ha extendido como una mancha sucia y opaca a toda la ideología extremizquierdista de hoy. En el fondo predican lo contrario a lo que practican.

La única diferencia de ayer a hoy es que antes mantenían las distancias con el fascismo, guardaban las formas, y ahora no se molestan en disimular su encuentro y la enorme atracción y fascinación que sienten el uno por el otro. Muchos ya sabíamos que ambos extremos son la misma clase de absolutismo, aun de distinto signo. Pero absolutismo al fin y al cabo. Y ya sabemos que, en realidad, las diferencias son de forma, no de concepto. Aunque estos sigan con el mismo disfraz puesto de cuando Malraux los puso a caldo. Son viejos ropajes ya raídos, ajados por un uso convertido en abuso, que los recientes actores recrean con nueva costura pero igual diseño. Me entra la risa floja cuando Pedro Sánchez, puño en alto y la Internacional en el galillo, se atreve a decir que hay que ser del futuro y no del pasado. O es un ignorante o es un farsante. O ambas cosas a la vez. O quizá solo un falsario, y los ignorantes seamos nosotros?

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