Los británicos fueron capaces de crear un imperio atlántico tan potente o más que el español, aunque un siglo más tarde. Y como ambiciosos advenedizos, no tuvieron escrúpulos en asaltar nuestras colonias y piratear nuestros barcos para apropiarse de sus riquezas. Gente muy lista estos ingleses. Hasta que llegaron Cameron y May, dos tontos muy tontos.

Hay gente que todavía se traga el cuento de que Cameron convocó los referéndum de Escocia y de pertenencia a la Unión Europea por convicciones democráticas. Y que Theresa May llamó a nuevas elecciones, cuando podría haber gobernado durante varios años más con mayoría absoluta, solo para legitimar su cooptado mandato provisional mediante el refrendo de una votación popular. Nada más lejos de la realidad. Ambos se pasaron de listillos, apostaron por el recurso a las urnas sin necesidad y la cagaron miserablemente.

Cuando Cameron convocó el referéndum escocés, la ventaja en las encuestas de los partidarios de mantenerse unidos era enorme, ventaja que se redujo después sustancialmente. Lo que consiguió Cameron con el referéndum fue dar carta de naturaleza a una aspiración secesionista que hasta entonces había sido francamente minoritaria.

Lo de la votación por la continuidad en Europa fue otro gran error de cálculo. Su objetivo era acallar definitivamente, con un voto claro por la permanencia, a sus opositores dentro del partido conservador. No solo no lo consiguió, sino que el Brexit acabó bruscamente con una carrera política que, por lo demás, había sido francamente brillante.

Y qué decir de su sucesora, esa señora de aspecto monjil y pensamiento confuso. Nada más acceder al poder, prometió que no habría nuevas elecciones, y un Brexit duro. Meses más tarde, se desdijo y convocó a elecciones, y además se quedó sin más salida que aceptar un Brexit blando. Tal para cual. Estos dos montan un circo y les crecen los enanos.