El verano no solo es la quintaesencia de nuestro país por las playas hasta la bandera, la sangría y la canción del ídem: uno se reconoce también en esa plaga de cargos políticos, más atareados estos meses que un camarero de chiringuito, aplicados a la tarea del recorte, la prebenda y la privatización con estivalidad y alevosía. La gente está más despistada y su capacidad de reacción y movilización mermada con el calor y las vacaciones, parecen pensar. Desde la reforma exprés de la Constitución hasta la precarización de un centro educativo público (como el CEIP Mariano Aroca de Murcia, sin ir más lejos), son cosas que ocurren en julio y agosto. Porque así es el truco, y porque ese truco se lo saben todos, desde el ministro hasta el concejal.

También la muletilla utilizada para justificarse es siempre parecida y forma parte del mismo modus operandi: la libertad. A veces de forma literal: el pasado jueves informaban fuentes del ministerio de Justicia del indulto para seis condenados seis por prevaricación en un Ayuntamiento también gobernado por el PP. Otras (las más) de forma metafórica, como el concierto de 29 unidades de enseñanza secundaria hasta ahora privada recientemente aprobado por la consejera Martínez-Cachá. En nombre (claro) de la libertad de elección de los padres.

No sé vosotros, pero yo es ver acercarse a un abanderado de la libertad (ese oxímoron) y buscar abogado: librecambismo, neoliberalismo, unagrandeylibre y líbranosdelmal llevan esa hermosa raíz en su nombre, pero los frutos parecen haberse echado a perder. Hablando de abanderados, yo siempre recuerdo a Aznar, el emotivo discurso que pronunció en 2007, al recoger la medalla de honor de la Academia del Vino de Castilla y León: «A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y además a usted le prohíbo beber vino», dijo sobre los controles de alcoholemia de la DGT. Su ley del suelo de 1998 venía a decir lo mismo: a mí no me gusta que me digan no puede construir usted ahí. A quién podría extrañar que apoyase con esa determinación la invasión de Afganistán de 2001, llamándose ´Libertad duradera´.

Con o sin bombardeos aparejados, toda campaña libertadora deja por el camino un reguero de víctimas. Ya sabíamos que la liberalización del suelo (y su correspondiente burbuja) la íbamos a pagar los de siempre (por no hablar de nuestras costas y medio ambiente). La libertad de elección de que habla la consejera conlleva una factura que la pública ya está pagando. Las obras para la entrada del AVE en superficie a la estación de El Carmen, que empezaron hace un par de semanas, significan libertad para algunos, pero el precio es la guetificación (muro mediante) del sur de Murcia. A la hora de elegir qué libertad defender, nuestros mandantes suelen desenvainar la espada por la del mercado, aunque la nuestra se lleve unos cuantos mandobles por el camino. A veces el ímpetu liberador deviene, claro, anarcocapitalismo, una libertad (perdonadme el chiste fácil) sin IVA.

Cristina Cifuentes habla de ´liberar´ las vacaciones. Ciudadanos presenta una propuesta para mercantilizar la gestación subrogada. Y ya es que te daría la risa si no te diera antes la mala leche, con la dichosa libertad. Que no digo yo que esté mal, pero por qué no ´liberamos´ primero a, no sé, los notarios, o los registradores de la propiedad. Lo digo porque se nota, queridos mandantes. Que siempre se trata de la vuestra, cuando llegáis con el cuento de la dichosa libertad.