Resulta que me han contado que, a propósito de la incipiente relación de su hija con el tierno vástago de un regante, tiene usted pesadillas con la imagen de su previsible consuegro vestido con traje de pana descolorida, chaleco de doble hilera de botones o blusa de cuello ajustado y amplia falda, completada con una azada en la mano y un legón al hombro. Pues nada más lejos de la realidad, así que mejor será que no ponga usted el grito en el cielo, sino que lo baje a la altura del canal del trasvase o a las profundidades de los pozos de El Molar de Moratalla.

Le diré, para su tranquilidad, que regante es un término emergente que nombra a una nueva especie social híbrida en que se suman y no se oponen, como fruto del crepúsculo de las ideologías y de la afortunada disolución de las clases sociales, los que antes eran campesinos, huertanos, destripaterrones, aparceros y agricultores en general, junto a los señoritos, terratenientes y aguatenientes que explotaban a aquellos, de manera que capital y trabajo marchan unidos en la gigantesca e inacabable tarea de roturar lomas, montículos, cabezos y sierras, de cegar barrancos y ramblas, de abrir pozos de abundancia y de sequía, de cubrir y ahogar de plásticos el pequeño terreno y el gran territorio, de reclamar a voz en grito la legalización de los regadíos consolidados y los nuevos, de pedir el enésimo ordeño del sinclinal de Calasparra, de exigir trasvases cercanos y del otro extremo del globo terráqueo, de negar la existencia del ´aeroplano´ que contemplan los sedientos del secano y, finalmente, de proclamarse vanguardia de la emprendeduría, la modernidad y el progreso social.

Sepa, pues, que no hay grupo social más influyente ni mejor considerado en nuestro terruño, ni más respetado por los poderes públicos, que tiemblan ante sus peticiones y deseos, sean de agua, de legalizaciones o de subvenciones.

Así que no tema por su futuro nuevo parentesco y siga las aspiraciones del ambicioso Lázaro de Tormes, que determinó «arrimarse a los buenos, para ser uno de ellos»: confraternice con su nueva familia y asista fervorosamente a sus manifestaciones y saraos; pero no se le ocurra vestirse de zaragüelles y alpargatas, que estas antiguallas ya no son de buen gusto.