Resulta que nos han llamado los hijos de nuestros vecinos del 4º, o la Engracia, la del pescadero, o los primos de Totana, hijos del tío Tomás, para invitarnos a un homenaje que van a rendir a sus familiares, sin que haya aniversario ni efeméride alguna de por medio, solo para reconocerles sus bondades y buen trato. Nosotros aceptamos, encantados de que nos hayan tenido en cuenta para el convite familiar, anotamos la fecha y comenzamos a preparar los atalajes para el evento.

Los deudos de los homenajeados crean un grupo de contacto en las redes sociales para recabar fotos, documentos y anécdotas que den carácter memorable al evento, desde las mantillas al día de hoy, sin dejar al margen bautizos, comuniones, bodas, excursiones y fiestas familiares, documentados hasta el más mínimo detalle. Y a nosotros nos parece todo muy bien, y contribuimos dentro de nuestras posibilidades a engrosar el preciado archivo.

Pero poco más tarde, cuando ya están incendiadas las redes con las opiniones y aportaciones de los invitados, los promotores nos envían el número de una cuenta donde deberemos ingresar la minuta del homenaje, pongamos que 50 euros, parte dedicados al menú y parte a la adquisición de los regalos con que obsequiarán a los homenajeados: un cuadro boscoso con renos, una bicicleta plegable o un teléfono de última generación; o todo junto. Y entonces nos sentidos un tanto confundidos.

Pero asistimos a la cena, donde nos ´obsequian´ con una vídeo-presentación que recoge hasta el mínimo detalle las hazañas y niñerías de la familia, montadas con música de los 70 o de rumba catalana, según los gustos; y hay discursos de los promotores, vivas y jolgorio de todos, y brindis, y música, y baile.

Y entonces es cuando nos preguntamos qué hacemos nosotros allí, qué homenaje este en que los invitadores son invitados. Y entonces nos acordamos del alguacil alguacilado de Quevedo y de otras fantasías barrocas en que nada es lo que parece porque el mundo se ha vuelto al revés. Y, finalmente, concluimos que para este viaje no eran necesarias tantas alforjas o que nosotros no estamos preparados para los trotes de la moderna cortesía que ahora se lleva. Aunque no deja de consolarnos que un día los invitaremos a nuestro autohomenaje, que pagarán ellos.