La decisión anunciada de que la Academia va a admitir la forma ´iros´ en lugar de la normativa ´idos´, ha inyectado cierto optimismo en aquellos que creemos que a los españoles nos importa un pijo nuestra hermosa lengua: ha habido, hay, polémica. Lo que indica que sí, que nos importa algo que la segunda lengua de cultura de occidente después del inglés, y la primera materna, no se corrompa definitivamente y acabe siendo inútil, que es lo que les pasa a las lenguas cuando sus hablantes no las cuidan.

En estas cuestiones, los filólogos, gente rara que ama las lenguas y se encarga de estudiarlas y velar por ellas, saben que, al menos desde Saussure, los conceptos de lengua y habla han marcado los estudios filológicos. Y lo siguen haciendo, quizás ya no con esos nombres, pero siempre escindidos entre las normas y los usos, entre el conservadurismo necesario de las reglas y la marea imparable de aquello que los hablantes terminan imponiendo.

Y la Academia en medio, como los jueves, entre la necesidad de guardar la unidad de la lengua, que sólo se consigue defendiendo las reglas como referencias del uso culto, y la exigencia de atender a los cambios que la lengua, viva como está, va introduciendo. Es decir, entre la obligación de prescribir y la de dar cuenta o describir y sancionar lo que ocurre, en caso de que lo que ocurre no sea una mera moda, un capricho, un estúpido esnobismo al que tan dados somos los españoles desde nuestro insano e injustificado complejo de inferioridad. (Complejo idiota sin el cual, por ejemplo, no habríamos aceptado los castellanohablantes que se nos impusieran por ley de nuestros cretinos diputados los topónimos vascos, gallegos y catalanes, algunos de ellos completamente inventados, para ser usados en nuestra lengua, mientras ellos, lógicamente, porque no son tan gilipuás como nosotros, siguen diciendo ´Terol´ o ´Murtzia´. Con lo que uno va en el tren a Barcelona y, si no sabe catalán, no se bajará nunca en Elche, porque no oirá más que Elx, una pronunciación imposible para hispanohablantes, sobre todo del sur, que por eso decimos Elche. Esperemos que nadie de por aquí quiera viajar en tren a Elche, porque no lo encontrará jamás).

La Academia tiene, pues, que moverse entre contrarios, como pasa siempre en España. Y aunque su principal misión es conservar, sostener la norma culta, soportar estoicamente las acusaciones de antigualla, porque esa es y debe continuar siendo su naturaleza, en este caso me ha parecido muy acertada su decisión. No tanto porque todo el mundo dice ´iros´, sino porque nadie dice "id-os". Y porque la propia forma ´idos´ constituye una excepción: ni la usan los americanos, los nuestros, que todavía tienen el buen gusto de hablarse de usted y ustedes, y que son la inmensísima mayoría de los hispanohablantes; ni hay otra forma de segunda persona del plural del imperativo en su forma pronominal que conserve la d: manteneos firmes, daos la mano, estaos quietos, quedaos aquí, marchaos a la calle, etc. Eso sí, confío en que se aclare que ´iros´ es eso, una excepción, un uso propio del español coloquial, y se impida el contagio a todo el resto de imperativos.

Pero, sobre todo, me ha gustado mucho que se pueda decir ´iros´, para poder emplear, sin degradar nuestra lengua, la noble forma "iros a la mierda", con perdón, y dedicársela a tantos como hoy se la merecen en España: a Sánchez y su escudero Ábalos, por su socialista propuesta de perdonar las deudas a los malos y cobrárselas a los buenos; a los separatistas catalanes, por su inagotable capacidad de dar por saco; a los separatistas vascos, que le están sacando a Rajoy nuestro hígado; a Rajoy, por dejárselo sacar; a Irene Montero, señora de Iglesias, por decir que el amor romántico es «opresor, patriarcal y tóxico», ella se lo pierde; o a los tontainas que han decretado que no haya ni besos ni azafatas bellísimas en las metas de la Vuelta Ciclista a España.

En fin, como todo es ya sexista, supongo que lo que buscan estos nuevos puritanos es prohibir el sexo. Pues eso, iros a la...