Hasta tres décadas, el seguro médico era prácticamente inexistente en China. Enfermar gravemente siendo pobre significaba la ruina automática de la familia o una muerte casi cierta. En las aldeas chinas, lo normal era que los campesinos vistieran con harapos. Comprarse ropa nueva suponía ganarte la antipatía y hasta el odio de tus vecinos.

Con la determinación que solo permite una férrea dictadura político militar como la China, el país introdujo las prácticas más abyectas de la peor versión del capitalismo salvaje. Las empresas explotaban literalmente (no figuradamente) a los trabajadores, que dormían en las fábricas y vivían en condiciones rayanas en la esclavitud. Cobrando por pieza fabricada y viendo cómo se les descontaba del sueldo el valor de las piezas defectuosas. Los empresarios bajaban la remuneración a los empleados en el caso de que el cliente cerrara una negociación del precio a la baja. Y fomentaba que los trabajadores tomaran bebidas estimulantes para producir más, cobrándoselas después a precio de oro.

Una historia terrible de explotación salvaje, que ha permitido sacar de la pobreza a cientos de millones de personas. En China, la situación está cambiando a marchas forzadas, con multitudes incorporándose a las clases medias y disfrutando de la propiedad inmobiliaria y de la sociedad de consumo con gran entusiasmo. Los sueldos aumentan aceleradamente y las condiciones de trabajo mejoran de forma ostensible. Tanto, que esas mismas empresas que practicaban la explotación de sus empleados, están incorporando ahora masivamente robots, para seguir compitiendo con los países del tercer mundo que intentan captar sus clientes tradicionales.

Puede ser terrible, y entiendo que a muchos se lo parezca. Pero no ha sido el comunismo, ni las ONG, ni la ayuda al desarrollo lo que ha sacado de la pobreza a China. Para desgracia de los moralistas de toda laya, ha sido el capitalismo salvaje el que lo ha conseguido de verdad.