Parece que Elon Musk, propietario de empresas tecnológicas líderes en su campo como Tesla o Space X, anda muy preocupado por lo que la Inteligencia Artificial pueda deparar en el futuro a los seres humanos. El asunto no es para tomárselo a risa, aunque parezca una reflexión extraída de una película de ciencia ficción.

Desde luego no me imagino un futuro cercano en el que a un robot se le vaya la cabeza y se rebele contra sus controladores humanos. Pero, por otra parte, tengo plena conciencia de que los avances tecnológicos que he presenciado a lo largo de mi vida eran realmente impensables en su inicio. Empezando por la carrera espacial, cuyo comienzo coincidió con el año de mi nacimiento hace ya casi seis décadas. Sin olvidar que dos años antes James Watson y Francis Crick habían descubierto la molécula del ADN, sin duda el avance científico más impresionante del siglo XX.

Los grandes avances científicos suelen inducir relatos de terror de sus contemporáneos más imaginativos. ¿Qué sería del cine B de los años cincuenta sin los monstruos nacidos de la radioactividad nuclear? O el acongojante futuro que la película Los niños de Brasil plantea para una Humanidad plagada de clones artificiales del mismísimo Adolf Hitler.

Afortunadamente, el ser humano no suele suicidarse, al menos colectivamente. El desarrollo de armas nucleares y su Destrucción Mutua Asegurada (MAD en inglés), ha acabado con las guerras totales, a la que tan aficionados fuimos en la primera mitad del siglo XX. Ante los efectos negativos de una tecnología cualquiera, la reacción no puede ser impedir su desarrollo (algo inútil por otra parte), sino establecer normas de comportamiento y regular su uso. Para ser justos, no es otra cosa lo que Elon Musk pidió públicamente tras dar su preocupante señal de alarma.